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FUTUROSPOSIBLES

MAGALLANES: REGION, IDENTIDAD E HISTORIA. Algunas reflexiones en el umbral del Bicentenario de la República

 

INTRODUCCION


¿Quienes somos los magallánicos?
¿Qué nos identifica y distingue?


Este ensayo tiene por ambiciosa finalidad intentar proponer una reflexión intelectual de carácter histórico y prospectivo acerca de la identidad cultural de la región de Magallanes, a la luz de tres interrogantes generales:
1° ¿Existen las identidades a nivel regional y si es así, qué elementos la constituyen, y cómo se articula ésta con la identidad nacional?
2° ¿las historias regionales han sido suficientemente interpretadas dentro de las historias de Chile?
3° ¿Cuáles son las macro-tendencias de la región de Magallanes durante el siglo XX y cómo se vinculan con el resto de Chile?


Para los efectos de este ensayo, definimos identidad cultural como el conjunto de valores, costumbres y tradiciones, en cuanto atributos que caracterizan e identifican a un grupo humano, asociado a un territorio y a una historia comunes.

La identidad cultural según nuestra definición, tiene a la vez, una historicidad y una territorialidad.

Según la definición propuesta, la identidad de una comunidad se constituye en un patrimonio históricamente determinado, en un legado que se asienta y se vincula a un territorio, pero que siempre es un dato cultural. La identidad es a la vez, acervo histórico y experiencia vital presente, las que se proyectan al futuro a través del aprendizaje (de las distintas formas de socialización) experimentadas por las generaciones sucesivas.

Se trata también, como se verá más adelante, de uno de los resultados culturales del proceso de territorialización. Este consiste en el lento y gradual proceso durante el cual un grupo humano se apropia, domina, y transforma un determinado espacio geográfico hasta convertirlo en su territorio.
Por otra parte, la identidad cultural, como proceso discursivo, intelectual y subjetivo, muy frecuentemente es definida por ciertos grupos sociales, los que asumen la representación de toda la comunidad. Es necesario subrayar por el contrario, que la identidad cultural (que se forma en un proceso interminable) no es el patrimonio exclusivo ni el emblema monopólico de ninguna clase o sector social, sino que es el resultado colectivo de complejos y prolongados procesos de síntesis, siempre inacabados, y en los que cada sector contribuye con su propia visión de mundo.


Esto es aún más evidente dentro de una comunidad regional, la que por sus dimensiones demográficas, y por su limitado espacio territorial, contiene experiencias colectivas vividas muy fuertemente. Al interior de una comunidad regional, las vivencias individuales y colectivas se encuentran más cerca de la cotidianeidad.

Esta cercanía no solamente es simbólica o subjetiva, sino que supone sobre todo, una mayor proximidad, cercanía y aprecio con el territorio.
La identidad cultural es específica y básicamente, un fenómeno situado a nivel de la conciencia colectiva. Se trata de un conjunto de atributos asumidos como propios por los habitantes de la región. Estos atributos se constituyen en un discurso de la identidad.


La región como entidad histórico-cultural y geográficamente situada, a través de su actividad regular y de su diálogo al interior de la Nación, va generando formas de autorepresentación: se trata entonces, de un discurso autojustificatorio cuyo campo comunicacional es polisémico.  La identidad cultural de una comunidad regional no es un dato fijo o estático, sino que es un proceso identificatorio, que evoluciona en el tiempo (o sea, en la Historia), y que siempre hace referencia a la condición geográfica.


La identidad –tanto para sus emisores como para sus receptores o públicos externos- se manifiesta o se verbaliza en mensajes de todo tipo: los habitantes de una región transmiten identidad siempre y en todo lugar, haya o no intención comunicativa. Puesto que en todo acto de comunicación –cualquiera sea su contenido referencial explícito- siempre existe una dimensión de comunicación identificatoria (o sea referida a la identidad del emisor), puede decirse que en una región todos sus habitantes emiten comunicación identificatoria siempre, a través de su discurso, de su organización, de su quehacer económico, social y político, de sus estilos de vida y de trabajo, de su sociabilidad, de sus modalidades de ocupación y poblamiento del territorio.
La identidad cultural de una comunidad regional es un contenido semántico adherido a todos sus productos culturales (todos los hechos materiales y humanos), los que operan como significantes.

Las tradiciones, costumbres, mitos y leyendas, estilos de vida, y modalidades de lenguaje de cada región, contienen un sello identificatorio y significativo único, caracteristico e irrepetible, y que siempre se asocia a los habitantes y al territorio que éstos habitan.

De este modo, la región –entendida como una entidad histórico-cultural única y distintiva, asentada en un lugar geográfico propio- es un territorio significante que habla de sí mismo, que se autosimboliza a través de todos y cada uno de sus habitantes y de sus asentamientos humanos.
La identidad cultural de una región es así, tanto un fenómeno de contenido material (que puede verse, comprenderse y comunicarse, a través de objetos, mensajes y productos), como un contenido simbólico, históricamente repetido, transmitido y modificado, que está inscrito en la memoria y el subconsciente colectivo de todos sus habitantes.

A medida que el grupo humano se asienta en un cierto espacio geográfico, se va apropiando material y simbólicamente de él. Al hacer cultura, el grupo humano hace historia, pero su historia siempre tiene lugar en una geografía.
Esta reflexión se realiza en el marco de los encuentros regionales sobre Identidad e Historia con miras al Bicentenario de la Independencia de Chile.

Manuel Luis Rodríguez U.

Punta Arenas - Magallanes, verano de 2002.

 

IDENTIDAD Y REGION:  MAGALLANES Y LA PATAGONIA PENSADOS DESDE LA CULTURA



¿Existe una identidad cultural magallánica?
La pregunta resulta tan pertinente como que nos acercamos a la celebración del Bicentenario de la República y merecemos reflexionar sobre los rasgos esenciales y profundos de nuestra cultura regional, proyectados en función de las tareas y desafíos que se presentan en los inicios del siglo XXI.


Los nuevos dilemas
de nuestra cultura


De todos los dilemas culturales e intelectuales a que nos enfrentamos en el presente, acaso el más acuciante es el que nos imponen los procesos de globalización, en la medida en que las fronteras (entendidas como límites fijos y controlables) tienden a diluirse y por lo tanto la circulación de símbolos, imágenes, significados y productos culturales provenientes de los más diversos orígenes se convierte en una avalancha.


La globalización se nos manifiesta en el presente como una tendencia económica y cultural que opera a escala de grandes mercados y a nivel planetario y a través de productos, símbolos y significados mundializados.()


En este nuevo escenario socio-cultural, está cambiando la escala y velocidad de los intercambios, pero sobre todo, el contenido de lo que intercambiamos.
Un número creciente de productos culturales llegan hasta nosotros, desde los rincones más remotos del planeta, mientras creemos o parecemos incapaces de exportar y penetrar sociedades y culturas exteriores con nuestros productos culturales, pero olvidamos que la diáspora magallánica en el exterior está constituída por otros tantos islotes humanos y culturales de presencia de Magallanes en el mundo.


La economía y la cultura de Magallanes estaban ya en proceso de "mundializarse", cuando se configuró en esta parte del mundo una "economía ganadera de exportación" (1880 en adelante) (ver en http://materialesdehistoria.blogia.com mi ensayo titulado "La formación del capital en la Patagonia"), de manera que llegaban a nuestras costas y a los hogares magallánicos, productos, imágenes y símbolos provenientes de Europa (de los países eslavos, de Inglaterra, de Alemania, de Italia, España o Portugal) de Norte América o de Asia, de la mano de las crecientes importaciones y de las corrientes migratorias que dieron forma y se integraron en la sociedad magallánica.


Esta etapa actual de mundialización o globalización sin emnbargo, a diferencia de los procesos anteriores, contiene nuevos desafíos para nuestra identidad regional: al diluirse las fronteras reales y virtuales, sentimos más amenazados nuestros valores regionales, recibimos un bombardeo más intenso de ofertas culturales (imágenes, productos y valores), de manera que las generaciones jóvenes del presente pueden resultar menos proclives a valorar lo nuestro, lo regional, frente al mayor atractivo relativo, que ejercen los productos culturales extranjeros.


Pero, al mismo tiempo se nos presentan los dilemas de la modernidad. Somos parte de una sociedad que se encuentra en pleno proceso de transición desde una cultura tradicional hacia una cultura con rasgos modernos, y la percepción más profunda y generalizada de esta mutación profunda es que somos incapaces de comprender totalmente la trayectoria y el contenido de los cambios que estamos experimentando.
A través de la historia regional, diversos consensos forman parte de nuestra manera regional de ver a la zona.

Uno de ellos, es el sentido territorial profundo que nos une: nos sentimos parte de un espacio geográfico lejano y aislado del centro del país. De aquí emana un segundo consenso: compartimos una visión regionalista de nuestro pasado, nuestro estado actual y nuestro futuro.


Entre los consensos mayores que comienzan a instalarse entre los magallánicos, acaso éste es el más reciente: la necesidad y la perspectiva de alcanzar la modernidad, de ser una región moderna, como una condición deseable, como un modo de vida que garantice las mejores oportunidades y un nivel de calidad de vida cada vez más satisfactorio, para todos los habitantes del país y de la región.  Resulta evidente hasta hoy, que las modernizaciónes han traído un cierto progreso material visible, pero también han acentuado y profundizado las diferencias sociales, han abierto más la brecha económica y demográfica entre la capital regional y las demás comunas y provincias, y han generado nuevas formas de exclusión social y cultural.


Todos desean la modernidad, pero las diferencias y sesgos se producen al momento de definir qué tipo de sociedad moderna queremos alcanzar, qué sociedad moderna estamos construyendo, y sobre todo, cuáles son los costos humanos, culturales y ambientales que deberá pagar el país y la región, para llegar a la condición de modernos.


Entendemos que todo proceso de desarrollo que apunte hacia la modernidad, cualquiera sea el signo de ésta, implica esfuerzos, sacrificios y costos, los que se suman a las particulares condiciones geográficas y de estructura económica y productiva de la región de Magallanes. Por lo tanto, es altamente probable que el largo paso de Magallanes a la modernidad, se vea acompañado de mutaciones sociales, económicas y culturales más difíciles que el de otras regiones del país.  La modernización capitalista en curso es una tendencia profunda del desarrollo nacional y regional, que se ha instalado en nuestras vidas en forma permanente y por muchos decenios, y por lo tanto, los ciudadanos, los grupos organizados, los actores políticos, sociales y económicos regionales sienten la necesidad de interrogarse legítimamente, sobre el tipo de región que va a resultar de ella.


Es necesario subrayar y advertir que las formas de sociabilidad, estilos de vida y costumbres individuales y colectivas que caracterizaban en forma tradicional a la comunidad magallánica, están siendo impactadas y resultarán gradual y profundamente transformadas, por la incorporación de valores, estilos y formas de trabajo típicamente modernas.


Nuestros problemas actuales y los problemas que enfrentaremos como región en el futuro previsible, son y serán los problemas de la modernidad y de la modernidad capitalista en particular: creciente individualismo en las aspiraciones y formas de pensar y de actuar; pérdida y búsqueda del sentido de las vidas; descrédito y despolitización relativa de la ciudadanía; debilitamiento y pérdida de convocatoria de las organizaciones sociales tradicionales; orientación hacia el éxito personal medido en bienes materiales; consumismo; relativismo moral...


Un tercer orden de dilemas, proviene de la crisis del Estado-nación. Nuestra cultura regional se ha alimentado en este casi siglo y medio de historia regional moderna (1843-2000), de un regionalismo anti-centralista y, al mismo tiempo, la emergencia de las tendencias regionales y regionalistas constituye un rasgo distintivo del fin de siglo y de los inicios del siglo XXI.


Pero también se nos presenta el dilema de nuestra propia condición cultural, de nuestra propia identidad como región, dentro del contexto patagónico y nacional al cual pertenecemos. Somos parte de la Patagonia y de la nación chilena, pero definirnos sólo en función de esas entidades, sería definirnos en función de razones externas, exteriores a nuestra propia condición de seres humanos de la región y de la provincia.
Por lo tanto, una primera vía de aproximación para reflexionar nuestra identidad, podría ser la de interrogarnos por nuestra condición geográfica y las formas como nosotros aprehendemos esa geografía.

Como la mayoría de las regiones fronterizas, los magallánicos y nuestra región nos constituímos en un espacio geográfico y cultural de síntesis. Síntesis de aportes culturales diversos: europeos, chilotes y chilenos de la zona central. Síntesis de imaginarios geográficos distintos: somos patagónicos, somos provincianos y somos sureños.


Magallanes:
territorios e identidades


Hay una estrecha asociación entre el desarrollo, la identidad y el crecimiento de la comunidad con el aspecto espacial o geográfico de su existencia.


De está relación nace un producto que se va constituyendo en base a las experiencias de la población con las posibilidades y oportunidades que le brinda su territorio de asentamiento, este producto es la identidad, o dicho de otra manera su identificación con un espacio determinado.
La comunidad se "enfrenta" con el territorio de modo de extraer recursos para su sobrevivencia. La zona geográfica delimitada, las posibilidades y alternativas varían de región en región, aspectos esenciales que limitan o potencian el desarrollo de la comunidad, la cual desarrolla estrategias, técnicas, conocimientos y en definitiva experiencias que definen la historia de la misma.


La historia comunitaria –en cuanto parte constitutiva de la historia regional y nacional- es el proceso de construcción de sí misma y en esta dinámica desarrolla autoconsciencia de cuáles son los aspectos que la definen. Es decir, se conforma en la evolución de sus vivencias como grupo, una identidad.
Dentro de diferentes ámbitos de las Ciencias Sociales la definición de comunidad, de región o de localidad hace referencia a sus características físicas o territoriales.
Cuando hablamos de lo regional o lo local, nos estamos refiriendo a un espacio, a una superficie territorial de dimensiones razonables para el desarrollo de la vida, con una identidad que lo distingue de otros espacios y de otros territorios y en el cual las personas realizan su vida cotidiana: habitan, se relacionan, trabajan, comparten normas, valores, costumbres y representaciones simbólicas, en síntesis el lugar percibido como propio donde nacen, viven y mueren.


El espacio regional y local, debe ser comprendido como un territorio de identidad y de solidaridad, como un escenario material y simbólico de reconocimiento cultural y de intersubjetividad, en tanto lugar de representaciones y de prácticas cotidianas.
El territorio es una variable muy trascendente en la definición de la identidad regional y/o local, aunque no es la única variable. Diferentes estudios sobre la definición de la comunidad regional o local, permiten afirmar que los siguientes son los factores básicos que la constituyen: 1) la localización geográfica; 2) la estabilidad temporal; 3) el conjunto de instalaciones, tecnologías, servicios, recursos naturales y y recursos materiales disponibles; 4) la estructura y los sistemas sociales y 5) el estilo de vida en cuanto componente de carácter identificatorio y relacional.
La identidad es siempre identidad cultural, la cual se desarrollará así como una ideología unificadora del grupo social frente a otros. Esto implica que la lengua, la tradición histórica, la raza, el territorio y otros elementos adquieren el carácter de símbolos distintivos de la identidad y se convierten en valores sociales cuya reproducción se propicia y se defiende.

La identidad se construye en un cierto ámbito físico, tiene lugar en una geografía, y la constitución de esta identidad se acompaña de un proceso de territorialización.
Complementario y paralelo a la conformación de la cultura de una comunidad, es el proceso de territorialización.


Entendemos como territorialización al proceso mediante el cual un grupo humano transforma un espacio geográfico en un territorio suyo y distintivo. Esta es la forma cómo los seres humanos inscriben su existencia individual y colectiva en la geografía que los sustenta.
En el curso de este proceso de territorialización, es decir, de conquista material y simbólica de un determinado espacio geográfico, se va configurando la cultura y la identidad del grupo humano: el conglomerado se convierte en grupo, el grupo se transforma en una comunidad, cohesionada gradualmente por las experiencias colectivas comunes.

Al apropiarse de un lugar físico, el grupo humano hace su propia historia, va creando sus propios mitos, sus leyendas, sus tradiciones, va depositando en su memoria y en su subconsciente colectivo un patrimonio de valores y tradiciones, con los cuales las sucesivas generaciones de descendientes se continuarán identificando.

En algún momento, el individuo se piensa a sí mismo, en términos de geografía, es decir, en términos de lugares, de tierra y de mar.


El proceso de territorialización es entonces, a la vez, material y simbólico. Material en el sentido de dominar la geografía, de apropiarse de ella, de controlarla, de ejercer en ella el poder, el dominio y las distintas formas de soberanía. Simbólico en el sentido de ir depositando en el subconsciente colectivo, en la memoria colectiva, los hechos históricos fundantes y fundamentales, los acontecimientos relevantes y decisivos, los hitos que marcan una trayectoria común y compartida en el tiempo.

Es importante subrayar por otra parte, que la territorialización se produce tanto sobre los espacios geográficos terrestres, como sobre los espacios marítimos, en la medida en que éstos forman parte de la misma unidad geográfica y se integran bajo una misma unidad política.
Ahora bien, ¿cuáles son los atributos geográficos de nuestra identidad? Sin lugar a dudas que están inscritos en nuestro imaginario colectivo e individual el viento, el frío y la pampa.

Estos atributos terrestres parecen contradecirse con la condición marítima de nuestra geografía y de nuestra evolución histórica.


La Historia de Magallanes comienza en el mar.


Hay en la evolución histórica de la comunidad magallánica, una profunda asociación simbólica y material entre el habitante y los espacios marítimos: por el mar se llegaba a Magallanes, por el mar se descubrió el Estrecho, por el mar se ocuparon el Estrecho y las extensas pampas, por el mar llegaban los colonos y los inmigrantes, desde el mar llegaban los productos, las noticias y la riqueza.


En el caso de Magallanes, la identidad cultural que caracteriza a este grupo humano, está conformada por todas aquellas tradiciones, costumbres y valores que se asocian a su pertenencia al territorio austral y patagónico, y a una historia común que se entronca con las diferentes culturas aborígenes, previas a la llegada de españoles y chilenos y con el acto fundacional de la Toma de Posesión del Estrecho en 1843.
Las culturas originarias del territorio magallánico, "vivieron" y transitaron por las pampas y los canales sin una intención de apropiación ni de poblamiento.


Ni los selknam ni los tehuelches o aonikenk, pretendieron dominar las estepas patagónicas, pero con su continua transhumancia fueron identificandose con estos espacios abiertos, sintiendolos suyos, viviendo de sus productos naturales y de la caza. El nomadismo terrestre de estas culturas cazadoras, los vinculó estrechamente con un conocimiento profundo y ancestral de la tierra fueguina y patagónica.
Del mismo modo, las culturas originarias marítimas (los yaganes o yámanas, y los alacalufes o kawaskar) constituyeron comunidades de nómadas a través del mar, a través de los canales australes, sin la menor intención de apropiación o poder.
Hay un nomadismo característico en todas las culturas aborígenes de la región magallánica.
A su vez, la llegada de los chilenos a la Patagonia, y la gradual ocupación del territorio hasta constituir su ekumene principal, significó la instalación de una cultura con vocación colonizadora y dominante: los nuevos colonos llegaron respondiendo a una clara intención política y geopolítica del Estado de Chile, para ejercer pleno dominio y soberanía sobre el espacio geográfico y marítimo patagónico.


Los primeros pasos de la Colonia de Magallanes dieron forma a una economía incipiente, muy vinculada a la extracción de ciertos recursos naturales que el propio territorio ofrecía: pesca, carbón, maderas
La cultura magallánica se fue construyendo, desde los últimos decenios del siglo XIX, en un largo y lento esfuerzo de descubrimiento, poblamiento, apropiación y dominio del espacio geográfico patagónico, de manera que los mares, canales, espacios oceánicos y las estepas australes, fueron dominados con el paso del tiempo, en un proceso que aún no concluye.
Por esto, en la identidad cultural magallánica hay un fuerte componente territorial, espacial, geográfico. Sin perjuicio de los duros avatares de la Historia regional (repleta de momentos de progreso y trabajo, y de dramas colectivos), esta experiencia colectiva se asienta muy firmemente en un orgullo de pertenencia al sur, en una identificación subjetiva, simbólica entre la experiencia de vivir en la región y las dificultades propias de una geografía inhóspita y un clima hostil y riguroso.
La ganadería inscribe al hombre en la pampa, la pesca inscribe al pescador en los mares y canales, la explotación petrolera inscribe al trabajador a las profundidades de la tierra, el turismo es una forma transitoria de conocer y valorar el territorio.


Vivir en Magallanes o pasar por la región, son descritos y percibidos como una experiencia extrema, como una especie de desafío, de aventura y/o de confrontación permanente con las inclemencias del tiempo y lo bizarro del ambiente geográfico.
En esta permanente confrontación del Hombre con la Naturaleza, se va construyendo la identidad cultural de los magallánicos.


Hay que entender, finalmente, que así como existe una chilenidad que nos caracteriza y distingue desde el punto de vista de la nacionalidad a la que pertenecemos, también puede hablarse de una magallaneidad que es una manera específica, particular, regional de vivir la chilenidad, en la región más austral del territorio de Chile.
Desde una perspectiva geográfica, la Historia de Magallanes se construye desde el mar y se asienta gradualmente en la costa y en la pampa patagónica.


Hay entonces, una condición marítima y oceánica propia de la región, que proviene de su geografía y que influye su evolución histórica: el mar es el punto de inicio de la Historia de la región de Magallanes, y es el ámbito determinante de su economía.
Pero, además, somos orgullosos de nuestra geografía difícil.
Nuestro imaginario cultural e identitario está fuertemente marcado por nuestra geografía, nuestro clima y por nuestra posición extrema y austral del continente y del mundo.
En síntesis, como dice Elisée Reclus, "la historia es la geografía en el tiempo y la geografía es la historia en el espacio".
Hemos sido percibidos históricamente como región lejana, distante, inhóspita. Somos el sur del sur, y nos sentimos en el fin del mundo. La asociación mental "Patagonia – Estrecho de Magallanes – Cabo de Hornos" evoca y ha evocado siempre la lejanía, lo desconocido, lo remoto y el frío.
Poco se ha reflexionado en torno a la insularidad que caracteriza al modo de ser y de pensar del magallánico. Somos individuos insulares, isleños, traemos la impronta de gente que vivía en islas (los chilotes del sur y los dálmatas de la costa adriática) y que por lo tanto, tienden al aislamiento, casi al ensimismamiento.
No solo estamos lejos del centro de Chile y del resto del mundo; además, y esto nos parece lo más relevante, mentalmente estamos lejos.


El modo de vida magallánico
frente a la geografía


El modo de vida de los magallánicos aparece fuertemente vinculado a las condiciones geográficas y climáticas del territorio.
El hecho de vivir en una región alejada y extrema del territorio nacional, impone a los magallánicos una condición diferente y diferenciadora. La geografía regional genera en sus habitantes un cierto modo de vida doméstico, intra-muros, con un fuerte apego familiar. La cotidianeidad magallánica es una vida esencialmente doméstica, hogareña y familiar centrada en la cocina y en la sala de estar, lo que subraya la importancia gravitante de la mujer como centro de la vida familiar.
Nuestras viviendas y su particular estilo constructivo, subrayan esta relación estrecha con el clima y la geografía.


El magallánico subraya su permanente confrontación con el clima y la geografía. Por lo tanto, está anímicamente preparado para soportar un invierno prolongado y riguroso: por eso también, Magallanes es la única región de Chile donde "se celebra el invierno".
El invierno es la estación del año más importante dentro de la imaginación colectiva y cultural de los magallánicos. De este modo también, el viento, el frío, la escarcha y la nieve, son "datos geográficos" incorporados en el subconsciente individual y colectivo de los habitantes de la región.
Finalmente aquí, hay que destacar dos fenómenos notables, sobre el modo de vida de la región y su relación con las condiciones geográfico-climáticas.
El primero, los magallánicos viven a un ritmo más lento y pausado que el ritmo de la vida urbana de otras regiones o de la capital. Esto produce la impresión en el visitante, de que los acontecimientos suceden más lentamente, de que simplemente "aquí no sucede nada". El trabajo, las actividades familiares, la vida cotidiana, los eventos sociales, todo ocurre con un reloj más lento, con horarios más flexibles e imprecisos, a ritmos más pausados y cansinos. ¿Se debe esto a un ritmo de vida que es impuesto por un clima riguroso y frío, o por una geografía de grandes distancias?


Lo segundo, es que los magallánicos –en general- son poco expresivos, parcos en palabras, poco expansivos en sus formas de comunicación interpersonal. ¿Esto se explica porque el frío no permite largas conversaciones ni una sociabilidad muy expresiva?


Consideraciones
sobre el folklore magallánico


Una primera afirmación que debe subrayarse es que existe un folklore magallánico.
El hecho que ésta región sea un territorio de encuentro, no impide, sino que explica que, después de más de un siglo de historia común se haya ido configurando un conjunto de tradiciones y costumbres características y distintas, que forman un folklore sureño, patagónico, austral.


Es importante considerar que en el campo magallánico se conservan numerosas tradiciones provenientes del aporte chilote, patagónico e incluso británico. Comidas, vestimentas, habla vernácula, estilos de trabajo, tradiciones musicales, todo en las estancias, cooperativas y puestos, refleja y traduce una triple influencia chilota, inglesa y argentina.
En el campo magallánico todavía perduran costumbres tradicionales típicamente patagónicas: las cuadrilla de arrieros; el manejo de los piños de ovejas mediante perros y códigos de silbidos; las comparsas de ovejeros, esquiladores, velloneros y otros obreros de temporada; el arte de montar y el dominio del caballo; el jarro de choca o de café carretero, y los porotos con chuleta de cordero; las faenas típicas de la parición, la marca, la esquila y la esquila de ojos, el baño y el encaste; el asado de cordero condimentado con "chimichurri"; el vino tomado en jarro o en bota; la marcada preferencia de los ovejeros y del hombre de campo y de pueblo en general por las rancheras mejicanas; la vestimenta de botas de cuero, pantalón bombacha, faja de cintura, casaca de cuero o mezclilla, bufanda y sombrero alón o boina.
La imagen de una cuadrilla de arrieros con sus perros y un gran piño de ovejas, en medio de una pampa abierta y desolada, refleja este mundo rural magallánico, tradicional y silencioso, donde el ovejero y su caballo son el corazón de la ganadería, y el hombre parece aferrarse a la tierra como coirón frente al viento.


Nuestro folklore es de la pampa, de las estepas desoladas, del viento, la nieve y el frío: una serie de tradiciones semi-rurales trasplantadas a la ciudad.
Por ejemplo, mientras algunos personajes y mitos típicos del folklore regional, se asocian estrechamente con la geografía regional y su ruralidad: el ovejero, el obrero del petróleo, el pescador, o la Leyenda del Calafate, otros personajes y leyendas son claramente urbanos: la Viuda Negra, el Palacio Sara Braun, el Cerro de la Cruz, el Tesoro de Cambiazo, el Río de la Mano, el dedo del Indio Patagón.


Pero, la figura del ovejero (un trabajador que tiene monumento en Magallanes, al igual que el obrero del petróleo) resulta cada vez más contradictoria y casi anacrónica, con respecto a la evolución predominantemente urbana de nuestra cultura regional.


A nivel de ciertas manifestaciones folklóricas como la música, el arte culinario y el habla popular, por ejemplo, el folklore magallánico es tributario de dos influencias: el aporte cultural del que es portadora la inmigración chilota; y la contribución de la cultura patagónica argentina, transmitida también por los constantes movimientos migratorios de los chilotes a través de ambos países.
Aún no se ha hecho un reconocimiento histórico y cultural suficiente, al aporte de la cultura chilote a la identidad magallánica. Subsiste en ciertos sectores de la sociedad magallánica una visión y una actitud peyorativa respecto a los chilotes. ¿Es este un clasismo elitista de orígen extranjero o es un etnocentrismo propiamente chileno?
La cultura magallánica y el propio desarrollo regional, como se examina a continuación, ha sido el resultado de la integración y del esfuerzo de croatas, dálmatas, italianos, españoles, ingleses, alemanes y otros europeos más el trabajo de los chilotes.


Los chilotes se convierten así en el grupo portador y migratorio más importante y masivo a través de la Patagonia chilena y argentina, en la transmisión de costumbres y tradiciones y en su fusión en una identidad cultural diferente.
A su vez, la dieta magallánica, constituída sobre la base de una integración de aportes culturales diversos, constituye un aspecto de la identidad cultural que se asocia estrechamente con las condiciones geográficas y climáticas de la zona.


Hay un evidente predominio de los platos calientes sobre los fríos, así también como el lugar central que ocupan las carnes en el arte culinario regional. Se supone que el aporte proteínico y calorífico de la dieta debe asegurar la temperatura frente al frío dominante. En Magallanes se integran cuatro aportes culturales culinarios distintos:
el arte culinario chilote;
algunos elementos de la cocina inglesa;
el arte culinario de la zona central de Chile; y
el arte culinario croata y dálmata.


Los valores esenciales
de la identidad cultural magallánica


Se proponen aquí cuatro conceptos para definir los rasgos esenciales de la identidad cultural de los magallánicos.


Un concepto pionero
de la vida y del progreso


La noción de pionero forma parte de la tradición histórica y cultural en Magallanes. Los magallánicos gustan de denominar como pioneros a los primeros colonizadores y aventureros que llegaron a estas lejanas tierras, donde se forjaron grandes fortunas.
La idea de "pionero" evoca a aquel individuo que es el primero en iniciar alguna actividad notable.
El magallánico sabe que para surgir debe enfrentarse a adversidades: contra la naturaleza difícil, contra un clima inhóspito, contra el centralismo agobiante, pero al mismo tiempo, se sabe instalado en una región cuyos recursos naturales y potencialidades de desarrollo requieren precisamente de esfuerzos pioneros.
La vida es un constante trabajo de pioneros, de gente de esfuerzo y sacrificio. Nada es fácil, todo es fruto de largos años de perseverancia.


Lucha y adaptación
frente a la adversidad geográfica


El magallánico se sabe hombre del sur, provinciano instalado en el extremo austral del país. Frente al clima y a la geografía inhóspitos, el habitante se adapta, se prepara anímicamente para enfrentar a la Naturaleza en un desafío permanente.
El magallánico se enfrenta con sus mejores medios materiales y psicológicos posibles al clima, a la lejanía, al aislamiento, a la soledad, al lugar geográfico que ha elegido como suyo.
Clima y ser humano están en una lucha permanente.


Hospitalidad
y acogida al viajero
y al extranjero


Los magallánicos reconocen e intuyen que por encontrarse en el fin del mundo habitado, en la región más austral del planeta, llegar hasta la zona es un largo y difícil viaje. Por eso traslucen en su conducta cotidiana un sentido natural de acogida, una hospitalidad cálida y sureña que los distingue: el viajero es recibido en un hogar cálido, en una cocina acogedora, en una casa resistente al viento y al frío.
Todo el que llega por primera vez a Magallanes, siente y percibe en el aire esa calidez espontánea y hospitalaria que se esconde en el trato habitual de sus habitantes.
Por eso también, el extranjero que llega a avecindarse a Magallanes, es bien recibido y puede integrarse con relativa facilidad, a excepción que su propia cultura de orígen lo induzca a no integrarse.


Integración
y síntesis de culturas


La cultura magallánica es básicamente una cultura de síntesis, de encuentro, de integración, en la medida en que en ella se encuentran aportes culturales y humanos provenientes de Chiloé, de España, de las culturas dálmata y croata, de Gran Bretaña, etc.
Luego, los magallánicos responden a una sociabilidad básica que no solo les permite aceptar algunas culturas distintas, sino que de saber integrarlas y asumirlas. Si la cultura chilena es una cultura de mestizaje (producto del encuentro y el conflicto entre españoles e indígenas originarios), la cultura magallánica es el resultado de la integración en un fondo común, de ciertos aportes europeos y del aporte cultural chilote.


Identidad e historia:
Magallanes y la Patagonia
pensados desde el pasado


¿Qué nos dice la historia frente al panorama de nuestra cultura regional?
¿Qué nos enseña la Historia frente al futuro de nuestra cultura regional?
La totalidad de los actores regionales, coinciden desde hace largos decenios que el desarrollo de Magallanes no puede ser entendido ni concebido con los mismos parámetros que el resto de las regiones de Chile.
Somos diferentes y queremos ser tratados en forma diferente y justa.
Resulta interesante observar que el conjunto del desarrollo histórico de la región de Magallanes, desde la Toma de Posesión del Estrecho, ha girado a través del tiempo en torno a un recurso natural y productivo, formando períodos largos períodos, marcados por su predominio: la época del carbón (en la etapa fundacional), la época del comercio y la navegación (entre 1880 y 1920 aproximadamente), de la lana y la ganadería (entre 1920 y 1950), la época del petróleo (desde 1950 hasta hoy...).
A su vez, la crisis de cada uno de esos recursos, fueron el rasgo determinante de la decadencia económica relativa y de la búsqueda de nuevos recursos que dieran dinamismo al progreso de la zona.


Tres son a nuestro juicio, los factores que determinan la características distintivas del desarrollo histórico de Magallanes:
la importancia estratégica, geopolítica y oceanopolítica que se le aribuye a la región de Magallanes, por su condición extrema y fronteriza, por su proximidad con el territorio antártico, por sus fragilidades demográficas en cuanto frontera interior, y por su privilegiada posición bioceánica;
la característica pionera y colonizadora de su desarrollo económico fundacional, lo que determina su estructura productiva, sus modalidades de inversión y de poblamiento, todo lo cual produce un modo de desarrollo diferente al del resto del país; y
la naturaleza específica de la identidad cultural magallánica, afirmada en un fuerte sentimiento regionalista, en el rechazo a los centralismos, en una apertura a la diversidad de aportes culturales y a una actitud pionera frente a la vida y al progreso.


La construcción histórica
del espacio magallánico:
las etapas del desarrollo regional


En cada uno de los períodos señalados para nuestra historia económica regional, el rol y gravitación del Estado y las Políticas Públicas han sido determinantes para el progreso de la región.
Esto no quiere decir que el la empresa privada no haya desempeñado una función activa y creadora. Por el contrario, el espíritu pionero que ha caracterizado históricamente a los magallánicos, se origina básicamente en una poderosa corriente de iniciativas y empuje privado, de forjadores de empresas, de creación de trabajo y de riquezas.


Lo esencial, sin embargo, es que los elementos y factores determinantes que han hecho posible el desarrollo actual de Magallanes e incluso el desarrollo de la empresa privada, han dependido fundamentalmente del rol activo, orientador e incluso planificador del Estado.


Fue el Estado el que creó en Magallanes sobre todo durante el siglo XX, la infraestructura material que ha hecho posible el desarrollo actual de la región: construyó redes de caminos y de puentes; extrajo petróleo y gas y dio orígen a la industria petrolera nacional; instaló puertos y desarrolló astilleros; pavimentó veredas y calles; levantó edificaciones públicas y construyó numerosas poblaciones de viviendas sociales; puso en funcionamiento los sistemas de educación básica, media y universitaria; vinculó a la región con el resto de Chile y el mundo, mediante la telefonía, el correo y la televisión directa; fundó nuevas localidades urbanas; mantuvo las rutas marítimas de comunicación, con las zonas más apartadas de nuestra geografía; abrió las rutas hacia la Antártica y los mares australes; construyó aeropuertos, escuelas, liceos, hospitales y policlínicos; tendió vastas redes de gas natural en toda la región, para todas las viviendas; abrió las rutas de conexión aérea con el resto del país y del mundo; realizó toda la electrificación urbana y rural.
Pero lo que construyó el Estado en el siglo XX, lo hizo sobre el esfuerzo privado del siglo XIX, sobre todo después de 1880.
El Estado en el presente y en el futuro de Magallanes, no podrá ser un actor indiferente, mutilado o subsidiario de las iniciativas privadas. En Magallanes no habrá desarrollo estable y sustentable, sin un Estado activo, dinamizador, orientador de los esfuerzos individuales, colectivos y empresariales.
Desde un punto de vista histórico, el desarrollo de Magallanes parece haber seguido las siguientes grandes etapas o fases de evolución:
una primera etapa de colonización inducida y una economía de subsistencia, entre 1843 y 1880;
una etapa pionera o de una "economía ganadera de exportación", entre 1880 y 1950 aproximadamente, al interior de la cual se manifestó una etapa de crisis prolongadas, entre 1918 y 1949;
una etapa de desarrollo basado en la producción petrolera, entre 1950 y 1980; y
una etapa de desarrollo articulado en torno a los servicios y el comercio, desde 1980 hasta el presente.
Cada una de estas etapas del desarrollo regional estuvo profundamente relacionada con una forma de cultura local y regional.


Así como en la etapa pionera o de la "economía ganadera de exportación" (), se constituyó una fuerte cultura campesina y ganadera en torno a la figura del estanciero y el trabajador ovejero, cuyos restos aún perduran entre nosotros, en la etapa del desarrollo basado en la explotación petrolera (1950-1980), parecen haberse configurado incipientemente ciertos rasgos de "cultura petrolera".
La cultura regional desde el punto de vista histórico, atravesó así desde una etapa de evolución centrada en la vida rural y ganadera (entre 1868 y 1950) a una etapa de evolución centrada en la ciudad o de "cultura urbana".
La cultura magallánica actual está profundamente marcada por esta condición urbana, lo que trae consigo nuevas interrogaciones acerca de los aportes que las distintas localidades contribuyen a esa identidad cultural: subyace entre nosotros todavía el dilema identitario "capital-provincias", de manera que los natalinos se quejan del "centralismo puntarenense" e intentan afirmar sus propios rasgos de cultura local natalina, mientras los habitantes de la capital regional parecen complacerse en su posición central y dominante incluso en la definición de "lo magallánico".


Notas sobre
el regionalismo magallánico


Toda pertenencia regional supone alguna forma de regionalismo.


Naturalmente, los magallánicos son y han sido regionalistas. Se trata de un sentimiento extendido, colectivo que se afirma en una pertenencia territorial, similar al que identifica a los grupos regionales y locales de otras zonas de la Nación.


Para los efectos de este ensayo, definimos el regionalismo como un sentimiento colectivo de pertenencia cultural y territorial asociada a un espacio regional. La idea regional históricamente se funde dentro de la idea nacional, pero la Nación nunca ha logrado borrar ni hacer olvidar los sentimientos regionalistas. El regionalismo siempre es una expresión de la identidad de los habitantes de una región, directamente asociada con su pertenencia a un territorio.
Al analizar la Historia de la Nación chilena, especialmente en su período inicial de conformación (fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX), se puede percibir claramente que los regionalismos (aún en sus formas y manifestaciones incipientes) son anteriores en Chile al sentimiento nacional: penquistas, coquimbanos, porteños y santiaguinos, se sentían más apegados a su condición regional que a su pertenencia nacional, muy especialmente en el período inmediatamente posterior a la Independencia.


No obstante ello, resulta evidente que las historias regionales no han logrado un lugar suficiente en las historias de la nación: la Historia de Chile continúa siendo, a dos siglos de evolución independiente, historia metropolitana, es decir historia centrada, ordenada, pensada y escrita en y desde la capital nacional, apareciendo las historias regionales como parciales, subsidiarias y complementarias.
A su vez, la toma de posesión de Magallanes (a mediados del siglo XIX), forma parte de la etapa final de conformación del territorio nacional, proceso en el que se fue produciendo un lento mestizaje, entre el aporte cultural del sustrato chilote y los sucesivos aportes europeos (croatas, ingleses, españoles, etc.).
Magallanes es entonces –desde sus orígenes históricos modernos- un territorio de inmigración, por lo que su identidad regionalista surgió cuando ya la sociedad magallánica estaba constituída y arraigada, y alcanzaba rasgos de creciente complejidad y cuando se comenzó a tomar conciencia de la actitud con que la región era percibida desde la capital nacional. Magallanes es territorio de inmigrantes y por lo tanto, es una cultura regional de síntesis.
Desde el punto de vista histórico, en consecuencia, el regionalismo magallánico se formó de un modo tardío (aproximadamente desde las primeras décadas del siglo XX)
No cabe dudas que el regionalismo magallánico es –al mismo tiempo- afirmación de una identidad y una condición geográfica diferente y propia, y rechazo al centralismo capitalino.


Los magallánicos son regionalistas, de un modo distinto a los regionalismos de otras regiones de Chile. Puede decirse que éste es un regionalismo extremo: estamos lejos y nos sentimos abandonados; nos sentimos diferentes y chilenos, pero nos sentimos tratados como chilenos de segunda categoría. Estamos en presencia de una especie de patriotismo regionalista: los magallánicos se sienten chilenos (aunque hayan pasado por un período de aspiraciones autonomistas), pero su chilenidad es más fuerte y más exigente, que la de otras regiones del país.
A través de la historia regional, el regionalismo magallánico ha ido evolucionando. Resulta interesante observar que en una de las regiones más regionalistas de Chile, no está escrita todavía la historia del regionalismo magallánico.
Hay un "primer tiempo" de nuestro regionalismo, marcado por las tendencias que surgieron en los primeros treinta años del siglo XX como una manifestación de rechazo al centralismo santiaguino, en un período en que entraron en crisis la economía ganadera y el comercio naviero asociado a ésta.
Era aquel un regionalismo pionero, marcado por la evidencia de los frutos del esfuerzo tesonero realizado por las primeras generaciones de emprendedores y trabajadores que, desde 1868 en adelante, habían forjado la riqueza, la expansión del ecúmene y la autonomía del desarrollo económico del Territorio.
Hay un "segundo momento" del regionalismo, hacia los años cincuenta del siglo XX, en plena mutación de la economía regional desde la ganadería extensiva hacia la explotación del petróleo, momento en el cual también se acentúa la urbanización de la población y en el que el Estado, impregnado de una visión geopolítica de la Patagonia chilena, se inserta aun más en Magallanes con mayor inversión, mayores atribuciones y mayor presencia funcionaria y militar.


Era aquel un regionalismo político, marcado por la evidencia de los avances del Estado central sobre los recursos y la riqueza de Magallanes; un regionalismo decepcionado y crítico frente al centralismo, con una percepción de olvido de las regiones extremas y agobiado por las sucesivas crisis que pusieron término a la época de oro de la ganadería (1918, 1929-1933, 1939-1945), y que significaron el colapso de la explotación carbonífera y de la industria frigorífica.
Durante esta segunda época del regionalismo, se constituyeron diversas organizaciones sociales y un partido político regionalista, y algunos de sus líderes pensaron en la perspectiva federalista...


Es posible afirmar que las distintas etapas de auge del sentimiento regionalista magallánico, se vinculan estrechamente a los grandes momentos de crisis de la economía regional: algo así como que los magallánicos sacan a relucir su regionalismo cuando están en grandes dificultades económicas.


¿Estamos todavía en la segunda época de nuestro regionalismo, o seremos capaces de pasar a una tercera época? ¿Seremos capaces de construir una idea regionalista, asentada sobre la base de movimientos y expresiones regionalistas de todo tipo y que expresen un concepto y un proyecto coherente de región hacia el futuro, más que una queja nostálgica de un pasado que no volverá?
Resulta evidente que hoy la región carece de líderes regionalistas capaces de concitar en torno suyo la suficiente y amplia legitimidad que requieren los desafíos del futuro.
Somos diferentes, nos sentimos diferentes y exigimos que se nos trate de un modo diferente. Esta diferenciación toca tanto a la propia autopercepción que los magallánicos tienen de sí mismos como comunidad regional, como a la idea que se hacen de la necesidad de que los poderes centrales del Estado consideren a Magallanes como una entidad regional diferente del resto del país.


¿Será nuestro regionalismo, también, un localismo puntarenense?
No puede negarse que al interior de la identidad cultural de los magallánicos, hay que distinguir hoy, el localismo puntarenense (con sus rasgos de predominio y hegemonía), frente a los localismos natalino y porvenireño o fueguino.
Es evidente además, que los magallánicos somos provincianos. Provincianos no solamente porque vivimos en una provincia –además alejada y extrema- del territorio nacional, sino sobre todo provincianos en el más profundo sentido metafórico y cultural del término.
Provincianos por el ritmo de vida y de actividades; provincianos por su manera de ver al capitalino; provincianos por su estrecho apego a las costumbres propias...


Aproximaciones
al concepto pionero


El desarrollo y la historia regional se han construído sobre la base de la idea pionera.
Magallanes, tierra de pioneros y aventureros...
A decir verdad, Magallanes puede ser descrito como un vasto territorio formado gracias al trabajo de muchos pioneros. La historia regional ha subrayado suficientemente la característica pionera de muchos magallánicos de orígen o de adopción, como un rasgo que se encuentra en sus habitantes tanto por su manera de enfrentar las adversidades climáticas y geográficas, como en su voluntad de emprender, de perseverar y de progresar.


En realidad, este ha sido siempre un territorio cuya geografía y cuyo clima parecen hechos para personas fuertes, duras y perseverantes. Nunca ha sido fácil vivir en Magallanes, y por eso llegaron a éstas pampas desoladas, emigrantes de los más lejanos rincones del mundo, de recia voluntad trabajadora, atraídos por los grandes mitos de la Patagonia: la lejanía del fin del mundo, las pampas australes, el Estrecho de Magallanes y el Cabo de Hornos. Posiblemente el naturalista Charles Darwin, con sus afirmaciones rotundas sobre la Patagonia, contribuyó en parte a este mito, durante la segunda mitad del siglo XIX.
Magallanes fue -no es innecesario subrayarlo- fundado inicialmente por emigrantes chilotes, que eran a su vez, marinos, artesanos y agricultores. Desde 1843 y 1848 en adelante, y sobre todo, en el activo período de la implantación de la ganadería ovina en Magallanes, las sucesivas oleadas de migración chilota, constituyeron el trasfondo humano y social más importante en la formación de los movimientos sociales magallánicos, hasta fines del siglo XX, aún cuando en el campo sindical también se integraron con el aporte de líderes de procedencia o descendencia extranjera.


Aquí llegó primero el chilote, después el inglés o el portugués o el español y después el croata y el dálmata.
Aquí emigraron y se forjaron sus familias, en el lento transcurrir del tiempo. El obrero chilote y el obrero croata tenían mucho en común y a su vez, tenían profundas diferencias: ambos eran isleños, ya que provenían de territorios en forma de archipiélago, de islas semi-cerradas al contacto con el mundo, por lo que estaban imbuídos de fuertes tradiciones individualistas y familiares, de creencias religiosas y de mitos y leyendas; ambos provenían de mundos culturalmente rurales, es decir, ancestralmente apegados a la tierra. Pero ambos representaban dos lógicas distintas frente al dinero, frente al trabajo, frente al ahorro.
Por ello -hay que decirlo y reconocerlo- el chilote y el croata o el dálmata no se mezclaron, no constituyeron una síntesis de mestizaje como en otras regiones de Chile, guardando entre sí una notoria distancia cultural y humana. () Ello no les impidió trabajar juntos.


Las migraciones eslavas procedentes de Europa hay que asociarlas con los distintos momentos de crisis e incluso de guerras que ha vivido el viejo continente, mientras que las primera dos oleadas de migración chilota hacia Magallanes (sin contar con los procesos colonizadores desde 1843 en adelante), se produjeron entre 1894 y 1899, y a continuación se fueron produciendo lentos procesos de inmigración, radicación y poblamiento durante toda la primera mitad del siglo XX.


Pero la diferencia entre ambos (que se fue notando después de una o dos generaciones), y desde del punto de partida que les otorgó el espacio magallánico y patagónico, fue el distinto sentido del ahorro: el obrero chilote, trabajador y abnegado en su labor, podía gastar todo su salario de la temporada, en un fin de semana de juergas, en un curanto, un "pulmay" o un "reitimiento", mientras el obrero yugoeslavo (pensando aún en su lejana tierra) ahorraba metódicamente y juntaba centavo a centavo su dinero, y se privaba de todas las comodidades "burguesas", hasta hacerse de un pequeño capital.
No puede negarse que al cabo de una o dos generaciones, el chilote seguía siendo obrero (o lograba hacerse de una pequeña parcela: ¡el apego a la tierra una vez más!...), mientas el croata se instaló con su pequeño almacén de menestras o su carnicería, en un barrio de la ciudad.


Ambos mundos se encontraron inicialmente (había chilotes y "austríacos" (), por ejemplo, en los gremios de los años diez y entre los fundadores de la Federación Obrera), pero muy rara vez se mezclaron socialmente: chilotes y yugoeslavos no se casaban entre sí (cortejar a una chilota o "chilena" era mal visto en la comunidad croata y viceversa...) sino que sólo se tejieron nuevas familias dentro de su propio universo social de pertenencia.
Como producto de esta gradual diferenciación social y económica, ya hacia los años treinta y cuarenta, los inmigrantes de nacionalidades europeas abandonaron el mundo sindical (sólo volvieron al sindicato los hijos o los nietos de los primeros inmigrantes) y los obreros chilotes fueron predominantes en número dentro de las organizaciones.
Este territorio fue desde sus inicios, y sobre todo durante la ultima mitad del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, un espacio abierto a las voluntades fuertes y pioneras.


En este sentido, aquí cabría ampliar el concepto usual de "pionero".
Magallanes lleva el sello mítico y real, de haber sido una tierra forjada por pioneros, por gente osada que abrió caminos y horizontes, que emprendió proyectos y que con su trabajo, fueron los primeros en su actividad: así sin duda, fueron pioneros los comerciantes, industriales y empresarios chilenos y extranjeros de todo tipo y nacionalidad, que emigraron en busca de nuevos horizontes, muchos de ellos aventureros y audaces, que arriesgaron capital y esfuerzo con perseverancia y empeño; pero fueron también pioneros los obreros, colonos, agricultores y artesanos chilotes que se instalaron paulatinamente en la Patagonia, que trabajaron el campo y la ciudad, los bosques y las montañas, la pampa y el mar; así como fueron pioneras las mujeres que vinieron al extremo austral del mundo, acompañando a sus maridos, hermanos y parientes, y que forjaron hogares y familias.
En este contexto, y siempre en términos de historia del trabajo, la presencia y el aporte chilotes, que se puede observar simplemente en los nombres de los dirigentes sindicales obreros, debe ser considerado un factor fundamental en el desarrollo de la historia social y política de Magallanes.


Pero, además y sobre todo, cuando en la Patagonia y en Magallanes se habla de historia social, se está hablando también de una historia del trabajo, y el trabajo en Magallanes lo realizaron a lo largo de este siglo de historia, muchos chilenos y extranjeros inmigrantes pero principalmente los chilotes: primero llegaron aquí a Magallanes obreros escoceses, ingleses y malvinenses, y después vinieron masivamente los chilotes, aprendieron las técnicas de trabajo de aquellos europeos y fueron a continuación quienes contribuyeron mayoritariamente con su trabajo, con sus herramientas y su experiencia y sabiduría prácticas, con su empeño y esfuerzo, para que se desarrollen la ganadería, la industria y el comercio, en la medida en que ellos (o sus hijos y descendientes) fueron los obreros de los frigoríficos, de mar y playa, los ovejeros y los puesteros, los empleados de las oficinas y las industrias que hicieron funcionar los rodajes esenciales de las empresas regionales.
Pero también, la conquista inicial de la Patagonia chilena, desde las costas del Estrecho de Magallanes, así como la fundación de Punta Arenas, fue obra de los colonos chilotes, desde la expedición de la Goleta "Ancud" en adelante.
Además -y este el esfuerzo común que realizaron- los chilotes llegados a Magallanes no trabajaron solos; aquí se encontraron con comerciantes, industriales y artesanos extranjeros emigrados: ingleses, escoceses, alemanes, eslavos en general, franceses, italianos y españoles, entre otras nacionalidades, quienes, al igual que los inmigrantes del sur de Chile, trajeron sus conocimientos, su experiencia, su sabiduría, sus estilos y disciplinas de trabajo, y juntos hicieron territorio y levantaron el progreso de Magallanes.


Es importante poner de relieve aquí que los inmigrantes chilotes que descendieron al sur hacia la Patagonia chilena y argentina, eran básicamente agricultores (de la papa y el trigo) y artesanos de la madera y la pesca, y hubieron de convertirse en ovejeros y ganaderos, lo que debe haber significado lentos y costosos procesos de adaptación y cambio de hábitos, costumbres, estilos y ritmos de trabajo.


(Texto presentado en el año 2002 a la Comisión Bicentenario.  Obviamente, este ensayo no fue seleccionado dado su énfasis crítico.)

 

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