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FUTUROSPOSIBLES

GLOSAS AL MANIFIESTO COMUNISTA: UNA LECTURA CRITICA DESDE EL FUTURO

PROLOGO

 

El presente trabajo, elaborado en 2001, contiene una tentativa de análisis crítico y actualización de los conceptos fundamentales del Capítulo I del Manifiesto, desde la doble perspectiva intelectual y teórica de la Ciencia Política y la Sociología contemporáneas.    El texto original del Manifiesto se presenta en cursiva y en color rojo, mientras que las glosas o comentarios aparecen en letras rectas.  La versión en español de aquel clásico texto y utilizada en este análisis, se encuentra publicada en el portal web http://www.marxists.org/

Manuel Luis Rodríguez U.  Cientista Político.

Punta Arenas - Magallanes, mayo de 2001 - invierno de 2006.

 

"CAPITULO I: BURGUESES Y PROLETARIOS 

 

La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases.

Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna.

El fenómeno de la división de la sociedad en clases sociales no puede ser comprendida como un prejuicio ideológico.  Constituye una realidad inherente a la organización social humana, desde después de los tiempos primitivos, el que la diferenciación social se origina en ujna diferenciación económica básica: la que distingue y separa a los productores de la riqueza, de los propietarios.   En una sociedad donde los propietarios son distintos de los productores de la riqueza económica y material, necesariamente tiene que manifestarse una asimetría social básica, estructural.   Por ello, las clases sociales y la lucha de clases no son una invención sociológica, son una realidad social que las Ciencias Sociales se han encargado de poner de manifiesto. 

En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa diferenciación de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones especiales.

La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Unicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas.

Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.

De los siervos de la Edad Media surgieron los vecinos libres de las primeras ciudades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía.

Las modernas Ciencias Sociales han pùesto de manifiesto que una clase social no es un conglomerado homogéneo de individuos unidos por determinadas condiciones materiales.  Es mucho más que eso: una clase social es un vasto universo diverso de individuos cuyo factor común de pertenencia es el lugar que ocupan en el sistema económico y productivo, pero que además se indentifican entre sí por determinadas mentalidades, por determinados modos de pensar, modos de conciencia y modos de actuar en el mundo social, económico, político y cultural.

Cada clase social forma parte de un sistema de clases, y se constituye en un tipo de estratificación social en el que la posición social de un individuo se determina básicamente por criterios económicos y materiales. Reconocemos que el sistema de clases sociales es característico de las sociedades modernas. En toda sociedad moderna se reconoce una mayor movilidad social que en otros sistemas de estratificación social. Eso significa que todos los individuos tienen supuestamente la posibilidad de escalar o ascender en su posición social por su mérito u otro factor. La consecuencia de la formación de las modernas clases sociales fue la desaparición de las organizaciones estamentarias donde cada persona esta ubicada según la tradición en un estrato específico, normalmente para toda la vida. Sin embargo, pese a estas posibilidades de ascenso, el sistema de clases no cuestiona la desigualdad en sí misma, sino solo la describe. La clase social a la que pertenece un individuo determina sus oportunidades, y se define por aspectos que no se limitan a la situación económica y material, ya que incluyen también las maneras de comportarse, las costumbres sociales, los gustos, el lenguaje, las opiniones.   También se afirma que el patrón moral de referencia y las creencias religiosas suelen corresponderse con las de un determinado status social o posición social.
  

Por ello cuando se habla de "burguesía" o de clases trabajadoras, se hace referencia a vastos conglomerados de individuos que se relacionan y se determinan entre sí, por el lugar, por la posición estructural que ocupan en la división social del trabajo, en el sistema económico de cada sociedad: la burguesía se define básicamente por su posición de propietarios y de administradores de un sistema económico capitalista y los trabajadores se definen básicamente por su posición de productores y creadores de la riqueza económica dentro del sistema capitalista, mediante el trabajo asalariado o remunerado.

Cabe subrayar que las sociedades modernas y post-modernas presentan una amplia diversificación de las categorías sociales.  Pero la existencia de grandes categorías sociales que se diferencian entre sí por su ubicación distinta y antagónica dentro del orden socio-económico constituye una realidad ineludible en la sociedad capitalista.

Pero, ¿cómo se ha llegado a esta gigantesca acumulación de capital, de plusvalía y de riqueza en el orden capitalista imperante?  El Manifiesto analiza la historia política y económica desde el siglo XV en adelante, en los términos siguientes.

El descubrimiento de América y la circunnavegación de Africa ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de la India y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron con ello el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.

La antigua organización feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer la demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. El estamento medio industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció ante la división del trabajo en el seno del mismo taller.

Pero los mercados crecían sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El vapor y la maquinaria revolucionaron entonces la producción industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar del estamento medio industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios -jefes de verdaderos ejércitos industriales-, los burgueses modernos.

La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó, a su vez, en el auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles, desarrollábase la burguesía, multiplicando sus capitales y relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad Media.

El sistema capitalista entonces, como se expresa hasta aquí, es el resultado histórico de un prolongado proceso de acumulación de riquezas y de expansión económica y geográfica de los mercados.  "La gran industria ha creado el mercado mundial..." dice El Manifiesto y eso es precisamente lo que estamos observando en los inicios del siglo XXI: una poderosa expansión -en forma de globalización de los mercados y de los intercambios- de toda la estructura capitalista de producción, alcanzando ahora los límites del conjunto del sistema-planeta.  La industria básica se ha convertido en industria tecnologizada e informatizada; la banca ha devenido la industria bancaria y de las finanzas; el comercio ha devenido la industria de la compraventa; la construcción ha devenido la industria inmobiliaria...

Ejemplar es aquí el caso de la "economía ganadera de exportación" que se constituyó en la Patagonia chileno-argentina desde fines del siglo XIX en adelante. A partir del la expansión del capital comercial vinculado a centros financieros ingleses, se constituyó en la Patagonia -desde 1880 en adelante aproximadamente- una industria ganadera extensiva cuyos productos (lanas, carnes, cueros) fueron exportados a los mercados británicos y europeos, produciendo gigantescas ganancias para un puñado de terratenientes y empresas ganaderas, y generando una corriente de circulación de capitales, de bienes y de mano de obra cuyo trabajo masivo y producción manufacturera contribuyeron decisivamente a la riqueza material y económica de Magallanes y Santa Cruz hasta 1920.   Esta economía ganadera de exportación hizo crisis con los efectos de la I y la II Guerra Mundial sobre el comercio marítimo entre los puertos de la Patagonia y los mercados ingleses, la apertura del canal de Panamá, con la invención de las fibras sintéticas y la gran depresión de 1929.  

Dentro de este particular "modo de producción patagónico", el desarrollo del comercio de exportación, de la navegación marítima de cabotaje e interoceánica y la formación de la banca regional, constituyeron una burguesía regional abierta al mundo, más precisamente una oligarquía local con fuertes lazos de dependencia con Buenos Aires y Londres.

Y este proceso expansivo del capitalismo, desde el siglo XV hasta el presente, se ha producido acompañado con la transformación del aparato político y de poder.   El Estado de la clase dominante es el Estado burgués, democrático, autoritario o autocrático que preside la estructura política de la sociedad moderna.

La burguesía moderna, como vemos, es ya de por sí fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones en el mundo de producción y de cambio.    Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del correspondiente progreso político. Estamento bajo la dominación de los señores feudales; asociación armada y autónoma en la comuna; en unos sitios, República urbana independiente; en otros, tercer estado tributario de la monarquía; después, durante el periodo de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las monarquías estamentales, absolutas y, en general, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el Estado representativo moderno. El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.

El Estado feudal, o colonial, como el que se conoció en las colonias americanas conquistadas por los europeos desde el siglo XV y XVI, fue desapareciendo gradualmente reemplazado por un estado dominado por la burguesía.  ¿No fue acaso ese mismo proceso de apropiación del poder político el que sucedió inmediatamente terminadas las revoluciones de la independencia en América, a principios del siglo XIX?  ¿Quiénes se quedaron en los cargos claves del poder en las nacientes repúblicas latinoamericanas? La misma burguesía mestiza, la misma oligarquía terrateniente y comerciante que se había rebelado contra los españoles.  

Aquí, el poder político pasó de los funcionarios españoles enviados por la Corona a los comerciantes, abogados y dueños de fundos, de minas o de égidos que detentaban ya gran parte del poder económico en estas alejadas provincias del imperio hispano.

Esta burguesía, esta oligarquía se encargó de echar por tierra, y declarar obsoletas todas las creencias que no servían a sus propios intereses.  ¿Cuando se eliminó la esclavitud en Chile?  Cuando los dueños de esclavos ya no los necesitaban y su posesión era innecesaria...!

A lo largo de dos siglos de historia republicana, como en Chile o en América Latina en general, el Estado ha sido, salvo breves excepciones históricas, el representante político e institucional de la clase económicamente dominante.

Las democracias representativas son por otra parte, el resultado de largos años de luchas políticas y sociales para conquistar el derecho a voto, y los demás derechos consagrados en la cultura política moderna.   Pero esas democracias representativas dentro del sistema capitalista, han funcionado eficientemente como sistemas que permiten una representación cada vez más minoritaria y clasista de las clases gobernantes y dominantes.   Estos sistemas representativos además, han clausurado casi completamente el ejercicio de la soberanía constituyente que pertenece originariamente a la nación, a toda la ciudadanía.

En las condiciones de la globalización capitalista del siglo XXI, el Estado -minado desde su interior por las demandas regionalistas, localistas, federalitas, étnicas y territoriales y desde el orden internacional por las corporaciones globales y las nuevas estructuras de poder supranacional y supraestatal- seguirá poseyendo esa facultad primordial de constituirse en el factor de cohesión de una formación social, de punto de condensación de las contradicciones sociales y políticas, de estructura en la que se concretan las asimetrías sociales que atreviesan a una sociedad determinada.

El Estado moderno es el factor de orden, opera como principio de organización de una sociedad históricamente determinada y como factor de regulación del equilibrio general del sistema de dominación.    Esto significa que -siempre en el contexto capitalista globalizado actual y futuro previsible- el Estado como organización institucional y política y el sistema socio-económico, se articulan como una sola unidad, como un solo gigantesco mecanismo de dominación sobre la sociedad, sobre las distintas categorías sociales que componen una formación social dada. El Estado moderno y el orden económico capitalista actuales funcionan imbricados, asociados, estrechamente vinculados.

La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario.

Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílica. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus ‘superiores naturales’ las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel ‘pago al contado’. Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal.

La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados.   La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las ha reducido a simples relaciones de dinero.

La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media, tan admirada por la reacción, tenía su complemento natural en la más relajada holgazanería. Ha sido ella la primera en demostrar lo que puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a las migraciones de los pueblos y a las Cruzadas.

Probablemente los ciudadanos del presente siglo XXI no hemos terminado de racionalizar el enorme peso dominante que tiene el dinero en las relaciones sociales.  Gracias a un sistema capitalista que ha llegado a permear todas las formas de vida y de organización de la sociedad, el dinero ha llegado a constituirse en el fetiche mayor, en el ídolo endiosado de todas las relaciones humanas, en el símbolo supremo de status y de prestigio, en el mediador obligado de todo vínculo, en el instrumento de poder y de dominación más poderoso de nuestras sociedades.

A su vez, el anterior rol transformador de la burguesía  ha sido objeto de profundos análisis.   Pero resulta evidente en la historia desde la modernidad en adelante, que la burguesía, la clase propietaria, fue la primera que tomó consciencia del poder que tiene en sus manos: fueron los oligarcas y burgueses del siglo XVII y XVIII sobre todo en Occidente los que dieron forma a sus propias revoluciones políticas y sociales, movilizandose políticamente para derribar el poder de reyes y monarcas de derecho divino.  Es lo que hicieron en 1776 con la independencia de los Estados Unidos, en 1789 en la revolución francesa y entre 1800 y 1850 las revoluciones nacionalistas de Europa y América: cambios políticos que desplazaron a los realistas y monárquicos, para instalarse en el poder como la clase dominante.  Ese fue el rol revolucionario de las burguesías nacionales, propio de los siglos XVIII y XIX.

El proletariado, las clases trabajadoras a su vez, tomaron consciencia de su lugar en la sociedad y en la historia, solo a partir de la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del siglo XX.  En el proceso de toma de consciencia -cuando grandes grupos sociales toman consciencia de lo que son, de su rol histórico y del lugar que tienen en la sociedad- primero fue la burguesía, los propietarios y después han sido las clases trabajadoras.   Pero esa toma de consciencia es un proceso ininterrumpido que aun continúa y que se prolongará a lo largo del siglo XXI, cuando otros sectores sociales y culturales excluídos, discriminados y explotados por el sistema de dominación actual, vayan tomando consciencia a su vez de su rol, identidad y lugar en la sociedad y busquen cambiar las condiciones de vida y las estructuras de dominación que el sistema les ha asignado.  

La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas, las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado de esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.

Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes.

Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento y la autarquía de las regiones y naciones, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal.

Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras. los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza.

El capitalismo y la mentalidad capitalista han transformado profundamente la sociedad humana.  Han introducido en las relaciones humanas el afán de lucro, de ganancia, de apropiación de bienes, de dominación material, de depredación de la naturaleza, como conductas normales y significativas.  El capitalismo ha sido la más poderosa maquinaria de alienación que ha creado la humanidad.

Al caer las barreras nacionales frente al efecto arrollador de la expansión capitalista, todo el sistema social, todo el orden político, toda la cultura nacional y las culturas regionales giran en torno a las relaciones económicas, como un torbellino que absorve a todo ser humano. 

La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación con las del campo, sustrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.

La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes, han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola linea aduanera.    La burguesía, a lo largo de su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la asimilación para el cultivo de continentes enteros, la apertura de los ríos a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo social?

En el siglo XXI, los cambios en las fuerzas productivas y los modos de producción aparecen determinados por una creciente incorporación tecnológica.  En el presente y en el futuro, el trabajo, como proceso de transformación de la naturaleza y de la materia, irá incorporando cada vez más tecnologías y procedimientos racionales destinados a obtener el máximo de ganancia y de riqueza económica, con el máximo de explotación laboral y el mínimo de esfuerzo físico.  

En las condiciones de la globalización, el trabajo, ya sea social e individual, se deslocaliza y se diversifica, flexibilizandose las condiciones de la producción y superando los límites de las soberanías nacionales y los controles estatales.

Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio, sobre cuya base se ha formado la burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado de desarrollo estos medios de producción y de cambio, las condiciones en que la sociedad feudal producía y cambiaba, la organización feudal de la agricultura y de la industria manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas, y las rompieron.

En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y política adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase burguesa.

Ante nuestros ojos de está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esa sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas, las historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, en forma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio.

Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el régimen de la propiedad burguesa; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de la otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.

El capitalismo globalizado del siglo XXI, al igual que las sucesivas etapas anteriores de la acumulación capitalista, funcionará sobre la base de una sucesión de ciclos de crecimiento de la producción y del consumo, del incremento de la tecnificación y automatización, y de expansión de la inversión, seguida de coyunturas de crisis determinadas por la sobreproducción, el endeudamiento masivo, la inflación desatada, la inestabilidad social y política, las catástrofes ambientales y el incremento de las guerras y conflictos por la posesión de los recursos naturales y energéticos más escasos y estratégicos.

La trayectoria general del capitalismo en el siglo XXI será la de un sistema global azotado por una secuencia y diversidad de crisis de carácter económico, financiero, energético, político y ambiental.

Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía.

Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también a los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios.

En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarróllase también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse al detalle, son una mercancía como cualquier otro artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado.

El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del proletariado todo carácter propio y le hacen perder con ello todo atractivo para el obrero. Este se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y para perpetuar su linaje. Pero el precio de todo trabajo, como el de toda mercancía, es igual a los gastos de producción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se desenvuelven la maquinaria y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etc.

La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, son organizados en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo la vigilancia de toda jerarquía de oficiales y suboficiales. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo, del burgués individual, patrón de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.

Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo de la industria moderna, mayor es la proporción en que el trabajo de los hombres es suplantado por el de las mujeres y los niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y sexo pierden toda significación social. No hay más que instrumentos de trabajo, cuyo coste varía según la edad y el sexo.    Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etc.

Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas mas fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve despreciada ante los nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población.

Las transformaciones más profundas generadas por el capitalismo global e imperial del presente y del futuro, serán los cambios en la desfera del trabajo: deslocalización y desterritorialización de los centros productivos, flexibilización y deterioro de las condiciones contractuales de trabajo, mecanización de los procesos productivos, virtualización de la base tecnológica del trabajo, son las principales mutaciones que se manifiestan en este campo.

El trabajo, tal como se le conocía en el mundo capitalista, ha hecho implosión.  El trabajo en el presente se hace más precario, se incrementa el trabajo informal, el trabajo infantil y hasta las variadas formas de esclavitud laboral que se creían superadas. Desaparecen fracciones enteras de las clases trabajadoras, arrasadas por el hundimiento y deterioro de formas y ramas de la actividad productiva, los trabajadores -individual y grupalmente considerados- hoy devienen una mercancía de precio variable, desechable y de facil manejo.  La vieja demanda de 8 horas de trabajo, ha pasado a formar parte del museo de las nostalgias de los trabajadores en casi todo el mundo, en nombre de la ideología neoliberal de la eficiencia, de la productividad, de los criterios de evaluación de desempeño y de la feroz competencia al interior del mercado laboral. 

El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía comienza con su surgimiento.

Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados, después, por los obreros de una misma fábrica, más tarde, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués individual que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra las relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción: destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la posición perdida del artesano de la Edad Media.

En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por la competencia. Si los obreros forman masas compactas, esta acción no est todavía consecuencia de su propia unión, sino de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus propios fines políticos debe -y por ahora aún puede- poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir, contra los restos de la monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses no industriales y los pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra de esta suerte, en manos de la burguesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria de la burguesía.

Pero la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino que les concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y adquieren mayor conciencia de al misma. Los intereses y las condiciones de existencia de los proletarios se igualan cada vez más a medida que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y reduce el salario, casi en todas partes, aun nivel igualmente bajo. Como resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada vez más fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la máquina coloca al obrero en situación cada vez más precaria; las colisiones entre el obrero individual y el burgués individual adquieren más y más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a formar coaliciones contra los burgueses y actúan en común para la defensa de sus salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes para asegurarse los medios necesarios, en previsión de estos choques eventuales. Aquí y allá la lucha estalla en sublevación.

En el presente y en el futuro, sin embargo, a una desmasificación del trabajo y de los trabajadores como categorías laborales, se acompaña una segmentación mayor del mundo laboral.  

Los trabajadores de hoy se niegan a ser tratados como masas anónimas, en nombre del reconocimiento de las identidades personales, sociales, culturales, religiosas y étnicas.  Probablemente serán los trabajadores del futuro uno de los componentes claves de las multitudes inteligentes que pueden constituir el "sujeto histórico" de los cambios sociales, junto a otras categorías sociales.

Las revoluciones sociales, que tanto pavor provocan en los dueños del poder, se producen en las calles y en las instituciones, solo después que se han revolucionado las mentes y las consciencias.  Y esas transformaciones profundas y prolongadas del orden social ocurren a condición que "los de abajo" tengan plena consciencia y voluntad de que no quieren seguir siendo dominados y gobernados como hasta ahora y deciden tomar los asuntos públicos en sus manos, y que "los de arriba" perciban claramente que no pueden seguir dominando y engañando como hasta ahora.

A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros. Esta unión es propiciada por el crecimiento de los medios de comunicación creados por la gran industria y que ponen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta ese contacto para que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el mismo carácter, se centralicen en una lucha nacional, en una lucha de clases. Mas toda lucha de clases es una lucha política. Y la unión que los habitantes de las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos, con los ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años.

Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros. pero resurge, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones intestinas de los burgueses para obligarles a reconocer por la ley algunos interese de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra.

Los partidos políticos son una herramienta fundamental, aunque no la única, de los que buscan los cambios sociales frente al sistema capitalista de dominación.  Sigue vigente la poderosa fuerza cuestionadora, alternativa y transformadora de los movimientos, de los actores sociales, de la sociedad civil organizada, de las formas primarias de organización que se manifiestan a escala micro-social y que los partidos y las fuerzas políticas del cambio pueden transformar en escala macro-social.   La sociedad civil organizada puede ser escuela de democracia y de solidaridad, de lucha de clases cultural, social y política, puede ejercitar el autogobierno, la autodeterminación, la horizontalidad de la participación, puede apuntar políticamente hacia los procesos y mecanismos de toma de decisión en las estructuras institucionales de poder, superando los procedimientos meramente consultivos.

Los trabajadores o los productores, en la época del capitalismo globalizado, parecen tender a diversificar sus preferencias ideológicas y políticas, en la medida en que el individualismo predominante alcanza a diluir su disposición de resistencia a las condiciones laborales que les son impuestas por el sistema.  Aquí entonces, el individualismo alienante y desocializado que propone el sistema, entra en colisión con la exasperación por la miseria, las bajas remuneraciones, los atropellos cotidianos a la dignidad del trabajador y las condiciones generales del trabajo.

En general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de desarrollo del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente; al principio, contra la aristocracia; después, contra aquellas facciones de la misma burguesía, cuyos intereses entran en contradicción con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de todos los demás países. En todas partes estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a reclamar su ayuda y a arrástrale así al movimiento político. De tal manera, la burguesía proporciona a los proletarios los elementos de su propia educación, es decir, armas contra ella misma.

Además, como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita a las filas del proletariado a capas enteras de la clase dominante, o, al menos, las amenaza en sus condiciones de existencia. También ellas aportan al proletariado numerosos elementos de educación.

Finalmente, en los periodos en que la lucha de clases, se acerca a su desenlace, el proceso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan agudo que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días un sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado hasta la comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico.

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.

Los estamentos medios -el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino-, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarios únicamente por cuanto tienen ante sí la perspectiva de su transito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.

El lumpenproletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad, puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está más dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras.

El problema del "sujeto histórico", es decir, del o de los sectores sociales que están llamados a producir el cambio social y la transformación del sistema económico y politico de dominación, aparece en cada gran fase de desarrollo de un determinado modo de producción.  

Cuando el capitalismo entra en una nueva fase de su desarrollo desde fines del siglo XX, hoy caracterizada por la estructuración global de los intercambios y los flujos de producción y de inversión, el sujeto histórico está centrado en las clases trabajadoras, pero se extiende también a otras categorías sociales desheredadas, discriminadas y excluídas de los beneficios del crecimiento y el desarrollo: los jóvenes, las mujeres, la tercera edad, los aborígenes y pueblos originarios, las minorías sexuales, los migrantes... 

De este modo, así como el capitalismo industrial del siglo XIX y XX produjo las desigualdades sociales que se manifestaron en la inmensa riqueza de una minoría burguesa y oligárquica transnacional, el capitalismo globalizado del siglo XXI produce nuevas asimetrías sociales, culturales, económicas y territoriales que transforman el sistema-planeta en un gigantesco mecanismo de producción y reproducción de las desigualdades anteriores.

Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen nada en común con las relaciones familiares burguesas; el trabajo industrial moderno, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Norteamérica que en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión son para él meros prejuicios burgueses, detrás de los cuales se ocultan otros tantos intereses de la burguesía.

Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales, sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente.

Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El movimiento proletario es un movimiento propio de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial.

Las clases y categorías sociales desposeídas de la riqueza que ellos mismos producen en el sistema capitalista actual, se enfrentan a un doble dilema futuro: defender una propiedad capitalista que no les pertenece, o transformar dee arriba abajo toda la sociedad y su mecanismo de dominación, de manera que la más amplia y efectiva propiedad social haga ilusoria la ínfima propiedad individual que todos sueñan.

El cambio social, la transformación revolucionaria de la sociedad capitalista, proviene del derrumbe político e ideológico de la superestructura social y política que le da coherencia.  El sujeto histórico de los cambios sociales en el capitalismo globalizado del siglo XXI tiene entonces que conquistar las mentes, las consciencias, las hábitos y las costumbres de las multitudes, de las mayorías, de manera de reemplazar los anti-valores del lucro, del individualismo acrítico, del beneficio personal a cualquier precio, del éxito individual y el prestigio en función de la posesión de bienes materiales, del consumo por encima de la austeridad y el ahorro, de la competencia desenfrenada de unos contra otros, por los valores de la solidaridad, la libertad, el respeto a la dignidad de la persona humana, de la valoración de la diversidad, de la justicia social.

El individualismo y el peso de la costumbre y las tradiciones son los más poderosos factores de alienación del capitalismo.

Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país deba acabar en primer lugar con su propia burguesía.

Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido el curso de la guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad existente, hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su dominación.

Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Mas para poder oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo, en pleno régimen de servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño burgués llegó a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad.

La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la acumulación de la riqueza en manos de particulares, la formación y el acrecentamiento del capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitable.

En las condiciones de la globalización capitalista actual y futura previsible, el trabajo continuará siendo la fuente principal de la riqueza material y de las ganancias económicas del capital.  La afirmación de que la condición de la existencia del capital es el trabajo asalariado, significa hoy claramente que el trabajo produce el capital y la riqueza; pero, también es fuente de miserias y de pobrezas, de desigualdades, de injusticias y de asimetrías. El cambio fundamental que está experimentando el capitalismo y que determinará su evolución a lo largo del siglo XXI es la creciente incorporación y masificación del uso de tecnologías y de información en los procesos económicos y productivos. 

La acumulación de riqueza y de poder material y económico en manos de unos pocos, es una condición sine-qua-non de la existencia y del funcionamiento desenfrenado del capitalismo globalizado del siglo XXI.  Por  lo tanto, el progreso se ha transformado en una competencia despiadada de unos contra otros, de unos países contra otros países, de unas empresas contra otras empresas, trasladando subrepticiamente la lógica de la guerra al funcionamiento económico y social de nuestro mundo.  Es el caótico orden que anunciaba Hobbes: el hombre es el lobo del hombre; no hay peor enemigo del ser humano que otro ser humano.  Sobre la base de esta lógica ilógica la humanidad y cada una de nuestras sociedades solo pueden esperar para su futuro, un caos competitivo en el que solo prevalecerán los más fuertes, los mejor dotados, los que posean los mejores recursos, los que dispongan de mejor información, los que manejen mejor las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) y quienes utilicen las más hábiles astucias para derrotar a los demás.  Triunfarán... pero no serán felices.

El trabajo de los que producen la riqueza (trabajo físico, trabajo intelectual y trabajo virtual) no puede ser solamente una competencia fría de todos contra todos: tiene que ser la expresión más profundamente humana de la creatividad, la imaginación, el esfuerzo, la solidaridad, el conocimiento y la inteligencia.

Pero si se unen los desheredados, podrán construir su felicidad y edificar una sociedad en la que todos tengan una oportunidad, en donde la libertad, la justicia, la democracia y la dignidad sean valores que impregnen todo el orden social.

 

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