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FUTUROSPOSIBLES

AL FONDO, A LA IZQUIERDA

GLOSAS AL MANIFIESTO COMUNISTA: UNA LECTURA CRITICA DESDE EL FUTURO

PROLOGO

 

El presente trabajo, elaborado en 2001, contiene una tentativa de análisis crítico y actualización de los conceptos fundamentales del Capítulo I del Manifiesto, desde la doble perspectiva intelectual y teórica de la Ciencia Política y la Sociología contemporáneas.    El texto original del Manifiesto se presenta en cursiva y en color rojo, mientras que las glosas o comentarios aparecen en letras rectas.  La versión en español de aquel clásico texto y utilizada en este análisis, se encuentra publicada en el portal web http://www.marxists.org/

Manuel Luis Rodríguez U.  Cientista Político.

Punta Arenas - Magallanes, mayo de 2001 - invierno de 2006.

 

"CAPITULO I: BURGUESES Y PROLETARIOS 

 

La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases.

Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna.

El fenómeno de la división de la sociedad en clases sociales no puede ser comprendida como un prejuicio ideológico.  Constituye una realidad inherente a la organización social humana, desde después de los tiempos primitivos, el que la diferenciación social se origina en ujna diferenciación económica básica: la que distingue y separa a los productores de la riqueza, de los propietarios.   En una sociedad donde los propietarios son distintos de los productores de la riqueza económica y material, necesariamente tiene que manifestarse una asimetría social básica, estructural.   Por ello, las clases sociales y la lucha de clases no son una invención sociológica, son una realidad social que las Ciencias Sociales se han encargado de poner de manifiesto. 

En las anteriores épocas históricas encontramos casi por todas partes una completa diferenciación de la sociedad en diversos estamentos, una múltiple escala gradual de condiciones sociales. En la antigua Roma hallamos patricios, caballeros, plebeyos y esclavos; en la Edad Media, señores feudales, vasallos, maestros, oficiales y siervos, y, además, en casi todas estas clases todavía encontramos gradaciones especiales.

La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradicciones de clase. Unicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas.

Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase. Toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases, que se enfrentan directamente: la burguesía y el proletariado.

De los siervos de la Edad Media surgieron los vecinos libres de las primeras ciudades; de este estamento urbano salieron los primeros elementos de la burguesía.

Las modernas Ciencias Sociales han pùesto de manifiesto que una clase social no es un conglomerado homogéneo de individuos unidos por determinadas condiciones materiales.  Es mucho más que eso: una clase social es un vasto universo diverso de individuos cuyo factor común de pertenencia es el lugar que ocupan en el sistema económico y productivo, pero que además se indentifican entre sí por determinadas mentalidades, por determinados modos de pensar, modos de conciencia y modos de actuar en el mundo social, económico, político y cultural.

Cada clase social forma parte de un sistema de clases, y se constituye en un tipo de estratificación social en el que la posición social de un individuo se determina básicamente por criterios económicos y materiales. Reconocemos que el sistema de clases sociales es característico de las sociedades modernas. En toda sociedad moderna se reconoce una mayor movilidad social que en otros sistemas de estratificación social. Eso significa que todos los individuos tienen supuestamente la posibilidad de escalar o ascender en su posición social por su mérito u otro factor. La consecuencia de la formación de las modernas clases sociales fue la desaparición de las organizaciones estamentarias donde cada persona esta ubicada según la tradición en un estrato específico, normalmente para toda la vida. Sin embargo, pese a estas posibilidades de ascenso, el sistema de clases no cuestiona la desigualdad en sí misma, sino solo la describe. La clase social a la que pertenece un individuo determina sus oportunidades, y se define por aspectos que no se limitan a la situación económica y material, ya que incluyen también las maneras de comportarse, las costumbres sociales, los gustos, el lenguaje, las opiniones.   También se afirma que el patrón moral de referencia y las creencias religiosas suelen corresponderse con las de un determinado status social o posición social.
  

Por ello cuando se habla de "burguesía" o de clases trabajadoras, se hace referencia a vastos conglomerados de individuos que se relacionan y se determinan entre sí, por el lugar, por la posición estructural que ocupan en la división social del trabajo, en el sistema económico de cada sociedad: la burguesía se define básicamente por su posición de propietarios y de administradores de un sistema económico capitalista y los trabajadores se definen básicamente por su posición de productores y creadores de la riqueza económica dentro del sistema capitalista, mediante el trabajo asalariado o remunerado.

Cabe subrayar que las sociedades modernas y post-modernas presentan una amplia diversificación de las categorías sociales.  Pero la existencia de grandes categorías sociales que se diferencian entre sí por su ubicación distinta y antagónica dentro del orden socio-económico constituye una realidad ineludible en la sociedad capitalista.

Pero, ¿cómo se ha llegado a esta gigantesca acumulación de capital, de plusvalía y de riqueza en el orden capitalista imperante?  El Manifiesto analiza la historia política y económica desde el siglo XV en adelante, en los términos siguientes.

El descubrimiento de América y la circunnavegación de Africa ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de la India y de China, la colonización de América, el intercambio con las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso hasta entonces desconocido, y aceleraron con ello el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición.

La antigua organización feudal o gremial de la industria ya no podía satisfacer la demanda, que crecía con la apertura de nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. El estamento medio industrial suplantó a los maestros de los gremios; la división del trabajo entre las diferentes corporaciones desapareció ante la división del trabajo en el seno del mismo taller.

Pero los mercados crecían sin cesar; la demanda iba siempre en aumento. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El vapor y la maquinaria revolucionaron entonces la producción industrial. La gran industria moderna sustituyó a la manufactura; el lugar del estamento medio industrial vinieron a ocuparlo los industriales millonarios -jefes de verdaderos ejércitos industriales-, los burgueses modernos.

La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó, a su vez, en el auge de la industria, y a medida que se iban extendiendo la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles, desarrollábase la burguesía, multiplicando sus capitales y relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad Media.

El sistema capitalista entonces, como se expresa hasta aquí, es el resultado histórico de un prolongado proceso de acumulación de riquezas y de expansión económica y geográfica de los mercados.  "La gran industria ha creado el mercado mundial..." dice El Manifiesto y eso es precisamente lo que estamos observando en los inicios del siglo XXI: una poderosa expansión -en forma de globalización de los mercados y de los intercambios- de toda la estructura capitalista de producción, alcanzando ahora los límites del conjunto del sistema-planeta.  La industria básica se ha convertido en industria tecnologizada e informatizada; la banca ha devenido la industria bancaria y de las finanzas; el comercio ha devenido la industria de la compraventa; la construcción ha devenido la industria inmobiliaria...

Ejemplar es aquí el caso de la "economía ganadera de exportación" que se constituyó en la Patagonia chileno-argentina desde fines del siglo XIX en adelante. A partir del la expansión del capital comercial vinculado a centros financieros ingleses, se constituyó en la Patagonia -desde 1880 en adelante aproximadamente- una industria ganadera extensiva cuyos productos (lanas, carnes, cueros) fueron exportados a los mercados británicos y europeos, produciendo gigantescas ganancias para un puñado de terratenientes y empresas ganaderas, y generando una corriente de circulación de capitales, de bienes y de mano de obra cuyo trabajo masivo y producción manufacturera contribuyeron decisivamente a la riqueza material y económica de Magallanes y Santa Cruz hasta 1920.   Esta economía ganadera de exportación hizo crisis con los efectos de la I y la II Guerra Mundial sobre el comercio marítimo entre los puertos de la Patagonia y los mercados ingleses, la apertura del canal de Panamá, con la invención de las fibras sintéticas y la gran depresión de 1929.  

Dentro de este particular "modo de producción patagónico", el desarrollo del comercio de exportación, de la navegación marítima de cabotaje e interoceánica y la formación de la banca regional, constituyeron una burguesía regional abierta al mundo, más precisamente una oligarquía local con fuertes lazos de dependencia con Buenos Aires y Londres.

Y este proceso expansivo del capitalismo, desde el siglo XV hasta el presente, se ha producido acompañado con la transformación del aparato político y de poder.   El Estado de la clase dominante es el Estado burgués, democrático, autoritario o autocrático que preside la estructura política de la sociedad moderna.

La burguesía moderna, como vemos, es ya de por sí fruto de un largo proceso de desarrollo, de una serie de revoluciones en el mundo de producción y de cambio.    Cada etapa de la evolución recorrida por la burguesía ha ido acompañada del correspondiente progreso político. Estamento bajo la dominación de los señores feudales; asociación armada y autónoma en la comuna; en unos sitios, República urbana independiente; en otros, tercer estado tributario de la monarquía; después, durante el periodo de la manufactura, contrapeso de la nobleza en las monarquías estamentales, absolutas y, en general, piedra angular de las grandes monarquías, la burguesía, después del establecimiento de la gran industria y del mercado universal, conquistó finalmente la hegemonía exclusiva del poder político en el Estado representativo moderno. El gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.

El Estado feudal, o colonial, como el que se conoció en las colonias americanas conquistadas por los europeos desde el siglo XV y XVI, fue desapareciendo gradualmente reemplazado por un estado dominado por la burguesía.  ¿No fue acaso ese mismo proceso de apropiación del poder político el que sucedió inmediatamente terminadas las revoluciones de la independencia en América, a principios del siglo XIX?  ¿Quiénes se quedaron en los cargos claves del poder en las nacientes repúblicas latinoamericanas? La misma burguesía mestiza, la misma oligarquía terrateniente y comerciante que se había rebelado contra los españoles.  

Aquí, el poder político pasó de los funcionarios españoles enviados por la Corona a los comerciantes, abogados y dueños de fundos, de minas o de égidos que detentaban ya gran parte del poder económico en estas alejadas provincias del imperio hispano.

Esta burguesía, esta oligarquía se encargó de echar por tierra, y declarar obsoletas todas las creencias que no servían a sus propios intereses.  ¿Cuando se eliminó la esclavitud en Chile?  Cuando los dueños de esclavos ya no los necesitaban y su posesión era innecesaria...!

A lo largo de dos siglos de historia republicana, como en Chile o en América Latina en general, el Estado ha sido, salvo breves excepciones históricas, el representante político e institucional de la clase económicamente dominante.

Las democracias representativas son por otra parte, el resultado de largos años de luchas políticas y sociales para conquistar el derecho a voto, y los demás derechos consagrados en la cultura política moderna.   Pero esas democracias representativas dentro del sistema capitalista, han funcionado eficientemente como sistemas que permiten una representación cada vez más minoritaria y clasista de las clases gobernantes y dominantes.   Estos sistemas representativos además, han clausurado casi completamente el ejercicio de la soberanía constituyente que pertenece originariamente a la nación, a toda la ciudadanía.

En las condiciones de la globalización capitalista del siglo XXI, el Estado -minado desde su interior por las demandas regionalistas, localistas, federalitas, étnicas y territoriales y desde el orden internacional por las corporaciones globales y las nuevas estructuras de poder supranacional y supraestatal- seguirá poseyendo esa facultad primordial de constituirse en el factor de cohesión de una formación social, de punto de condensación de las contradicciones sociales y políticas, de estructura en la que se concretan las asimetrías sociales que atreviesan a una sociedad determinada.

El Estado moderno es el factor de orden, opera como principio de organización de una sociedad históricamente determinada y como factor de regulación del equilibrio general del sistema de dominación.    Esto significa que -siempre en el contexto capitalista globalizado actual y futuro previsible- el Estado como organización institucional y política y el sistema socio-económico, se articulan como una sola unidad, como un solo gigantesco mecanismo de dominación sobre la sociedad, sobre las distintas categorías sociales que componen una formación social dada. El Estado moderno y el orden económico capitalista actuales funcionan imbricados, asociados, estrechamente vinculados.

La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario.

Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílica. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus ‘superiores naturales’ las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel ‘pago al contado’. Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal.

La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalariados.   La burguesía ha desgarrado el velo de emocionante sentimentalismo que encubría las relaciones familiares, y las ha reducido a simples relaciones de dinero.

La burguesía ha revelado que la brutal manifestación de fuerza en la Edad Media, tan admirada por la reacción, tenía su complemento natural en la más relajada holgazanería. Ha sido ella la primera en demostrar lo que puede realizar la actividad humana; ha creado maravillas muy distintas a las pirámides de Egipto, a los acueductos romanos y a las catedrales góticas, y ha realizado campañas muy distintas a las migraciones de los pueblos y a las Cruzadas.

Probablemente los ciudadanos del presente siglo XXI no hemos terminado de racionalizar el enorme peso dominante que tiene el dinero en las relaciones sociales.  Gracias a un sistema capitalista que ha llegado a permear todas las formas de vida y de organización de la sociedad, el dinero ha llegado a constituirse en el fetiche mayor, en el ídolo endiosado de todas las relaciones humanas, en el símbolo supremo de status y de prestigio, en el mediador obligado de todo vínculo, en el instrumento de poder y de dominación más poderoso de nuestras sociedades.

A su vez, el anterior rol transformador de la burguesía  ha sido objeto de profundos análisis.   Pero resulta evidente en la historia desde la modernidad en adelante, que la burguesía, la clase propietaria, fue la primera que tomó consciencia del poder que tiene en sus manos: fueron los oligarcas y burgueses del siglo XVII y XVIII sobre todo en Occidente los que dieron forma a sus propias revoluciones políticas y sociales, movilizandose políticamente para derribar el poder de reyes y monarcas de derecho divino.  Es lo que hicieron en 1776 con la independencia de los Estados Unidos, en 1789 en la revolución francesa y entre 1800 y 1850 las revoluciones nacionalistas de Europa y América: cambios políticos que desplazaron a los realistas y monárquicos, para instalarse en el poder como la clase dominante.  Ese fue el rol revolucionario de las burguesías nacionales, propio de los siglos XVIII y XIX.

El proletariado, las clases trabajadoras a su vez, tomaron consciencia de su lugar en la sociedad y en la historia, solo a partir de la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del siglo XX.  En el proceso de toma de consciencia -cuando grandes grupos sociales toman consciencia de lo que son, de su rol histórico y del lugar que tienen en la sociedad- primero fue la burguesía, los propietarios y después han sido las clases trabajadoras.   Pero esa toma de consciencia es un proceso ininterrumpido que aun continúa y que se prolongará a lo largo del siglo XXI, cuando otros sectores sociales y culturales excluídos, discriminados y explotados por el sistema de dominación actual, vayan tomando consciencia a su vez de su rol, identidad y lugar en la sociedad y busquen cambiar las condiciones de vida y las estructuras de dominación que el sistema les ha asignado.  

La burguesía no puede existir sino a condición de revolucionar incesantemente los instrumentos de producción, y con ello todas las relaciones sociales. La conservación del antiguo modo de producción era, por el contrario, la primera condición de existencia de todas las clases industriales precedentes. Una revolución continua en la producción, una incesante conmoción de todas las condiciones sociales, una inquietud y un movimiento constantes distinguen la época burguesa de todas las anteriores. Todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de ideas veneradas durante siglos, quedan rotas, las nuevas se hacen añejas antes de llegar a osificarse. Todo lo estamental y estancado de esfuma; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas.

Espoleada por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes.

Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía ha dado un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países. Con gran sentimiento de los reaccionarios, ha quitado a la industria su base nacional. Las antiguas industrias nacionales han sido destruidas y están destruyéndose continuamente. Son suplantadas por nuevas industrias, cuya introducción se convierte en cuestión vital para todas las naciones civilizadas, por industrias que ya no emplean materias primas indígenas, sino materias primas venidas de las más lejanas regiones del mundo, y cuyos productos no sólo se consumen en el propio país, sino en todas las partes del globo. En lugar de las antiguas necesidades, satisfechas con productos nacionales, surgen necesidades nuevas, que reclaman para su satisfacción productos de los países más apartados y de los climas más diversos. En lugar del antiguo aislamiento y la autarquía de las regiones y naciones, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material, como a la intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal.

Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comunicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización a todas las naciones, hasta las más bárbaras. los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros. Obliga a todas las naciones, si no quieren sucumbir, a adoptar el modo burgués de producción, las constriñe a introducir la llamada civilización, es decir, a hacerse burgueses. En una palabra: se forja un mundo a su imagen y semejanza.

El capitalismo y la mentalidad capitalista han transformado profundamente la sociedad humana.  Han introducido en las relaciones humanas el afán de lucro, de ganancia, de apropiación de bienes, de dominación material, de depredación de la naturaleza, como conductas normales y significativas.  El capitalismo ha sido la más poderosa maquinaria de alienación que ha creado la humanidad.

Al caer las barreras nacionales frente al efecto arrollador de la expansión capitalista, todo el sistema social, todo el orden político, toda la cultura nacional y las culturas regionales giran en torno a las relaciones económicas, como un torbellino que absorve a todo ser humano. 

La burguesía ha sometido el campo al dominio de la ciudad. Ha creado urbes inmensas; ha aumentado enormemente la población de las ciudades en comparación con las del campo, sustrayendo una gran parte de la población al idiotismo de la vida rural. Del mismo modo que ha subordinado el campo a la ciudad, ha subordinado los países bárbaros o semibárbaros a los países civilizados, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.

La burguesía suprime cada vez más el fraccionamiento de los medios de producción, de la propiedad y de la población. Ha aglomerado la población, centralizado los medios de producción y concentrado la propiedad en manos de unos pocos. La consecuencia obligada de ello ha sido la centralización política. Las provincias independientes, ligadas entre sí casi únicamente por lazos federales, con intereses, leyes, gobiernos y tarifas aduaneras diferentes, han sido consolidadas en una sola nación, bajo un solo gobierno, una sola ley, un solo interés nacional de clase y una sola linea aduanera.    La burguesía, a lo largo de su dominio de clase, que cuenta apenas con un siglo de existencia, ha creado fuerzas productivas más abundantes y más grandiosas que todas las generaciones pasadas juntas. El sometimiento de las fuerzas de la naturaleza, el empleo de las máquinas, la aplicación de la química a la industria y a la agricultura, la navegación de vapor, el ferrocarril, el telégrafo eléctrico, la asimilación para el cultivo de continentes enteros, la apertura de los ríos a la navegación, poblaciones enteras surgiendo por encanto, como si salieran de la tierra. ¿Cuál de los siglos pasados pudo sospechar siquiera que semejantes fuerzas productivas dormitasen en el seno del trabajo social?

En el siglo XXI, los cambios en las fuerzas productivas y los modos de producción aparecen determinados por una creciente incorporación tecnológica.  En el presente y en el futuro, el trabajo, como proceso de transformación de la naturaleza y de la materia, irá incorporando cada vez más tecnologías y procedimientos racionales destinados a obtener el máximo de ganancia y de riqueza económica, con el máximo de explotación laboral y el mínimo de esfuerzo físico.  

En las condiciones de la globalización, el trabajo, ya sea social e individual, se deslocaliza y se diversifica, flexibilizandose las condiciones de la producción y superando los límites de las soberanías nacionales y los controles estatales.

Hemos visto, pues, que los medios de producción y de cambio, sobre cuya base se ha formado la burguesía, fueron creados en la sociedad feudal. Al alcanzar un cierto grado de desarrollo estos medios de producción y de cambio, las condiciones en que la sociedad feudal producía y cambiaba, la organización feudal de la agricultura y de la industria manufacturera, en una palabra, las relaciones feudales de propiedad, cesaron de corresponder a las fuerzas productivas ya desarrolladas. Frenaban la producción en lugar de impulsarla. Se transformaron en otras tantas trabas. Era preciso romper esas trabas, y las rompieron.

En su lugar se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y política adecuada a ella y con la dominación económica y política de la clase burguesa.

Ante nuestros ojos de está produciendo un movimiento análogo. Las relaciones burguesas de producción y de cambio, las relaciones burguesas de propiedad, toda esa sociedad burguesa moderna, que ha hecho surgir como por encanto tan potentes medios de producción y de cambio, se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros. Desde hace algunas décadas, las historia de la industria y del comercio no es más que la historia de la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad que condicionan la existencia de la burguesía y su dominación. Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean, en forma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio.

Las fuerzas productivas de que dispone no favorecen ya el régimen de la propiedad burguesa; por el contrario, resultan ya demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo; y cada vez que las fuerzas productivas salvan este obstáculo, precipitan en el desorden a toda la sociedad burguesa y amenazan la existencia de la propiedad burguesa. Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de la otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas.

El capitalismo globalizado del siglo XXI, al igual que las sucesivas etapas anteriores de la acumulación capitalista, funcionará sobre la base de una sucesión de ciclos de crecimiento de la producción y del consumo, del incremento de la tecnificación y automatización, y de expansión de la inversión, seguida de coyunturas de crisis determinadas por la sobreproducción, el endeudamiento masivo, la inflación desatada, la inestabilidad social y política, las catástrofes ambientales y el incremento de las guerras y conflictos por la posesión de los recursos naturales y energéticos más escasos y estratégicos.

La trayectoria general del capitalismo en el siglo XXI será la de un sistema global azotado por una secuencia y diversidad de crisis de carácter económico, financiero, energético, político y ambiental.

Las armas de que se sirvió la burguesía para derribar al feudalismo se vuelven ahora contra la propia burguesía.

Pero la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también a los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios.

En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarróllase también el proletariado, la clase de los obreros modernos, que no viven sino a condición de encontrar trabajo, y lo encuentran únicamente mientras su trabajo acrecienta el capital. Estos obreros, obligados a venderse al detalle, son una mercancía como cualquier otro artículo de comercio, sujeta, por tanto, a todas las vicisitudes de la competencia, a todas las fluctuaciones del mercado.

El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del proletariado todo carácter propio y le hacen perder con ello todo atractivo para el obrero. Este se convierte en un simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y para perpetuar su linaje. Pero el precio de todo trabajo, como el de toda mercancía, es igual a los gastos de producción. Por consiguiente, cuanto más fastidioso resulta el trabajo, más bajan los salarios. Más aún, cuanto más se desenvuelven la maquinaria y la división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo bien mediante la prolongación de la jornada, bien por el aumento del trabajo exigido en un tiempo dado, la aceleración del movimiento de las máquinas, etc.

La industria moderna ha transformado el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de obreros, hacinados en la fábrica, son organizados en forma militar. Como soldados rasos de la industria, están colocados bajo la vigilancia de toda jerarquía de oficiales y suboficiales. No son solamente esclavos de la clase burguesa, del Estado burgués, sino diariamente, a todas horas, esclavos de la máquina, del capataz y, sobre todo, del burgués individual, patrón de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, odioso y exasperante, cuanto mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.

Cuanto menos habilidad y fuerza requiere el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo de la industria moderna, mayor es la proporción en que el trabajo de los hombres es suplantado por el de las mujeres y los niños. Por lo que respecta a la clase obrera, las diferencias de edad y sexo pierden toda significación social. No hay más que instrumentos de trabajo, cuyo coste varía según la edad y el sexo.    Una vez que el obrero ha sufrido la explotación del fabricante y ha recibido su salario en metálico, se convierte en víctima de otros elementos de la burguesía: el casero, el tendero, el prestamista, etc.

Pequeños industriales, pequeños comerciantes y rentistas, artesanos y campesinos, toda la escala inferior de las clases medias de otro tiempo, caen en las filas del proletariado; unos, porque sus pequeños capitales no les alcanzan para acometer grandes empresas industriales y sucumben en la competencia con los capitalistas mas fuertes; otros, porque su habilidad profesional se ve despreciada ante los nuevos métodos de producción. De tal suerte, el proletariado se recluta entre todas las clases de la población.

Las transformaciones más profundas generadas por el capitalismo global e imperial del presente y del futuro, serán los cambios en la desfera del trabajo: deslocalización y desterritorialización de los centros productivos, flexibilización y deterioro de las condiciones contractuales de trabajo, mecanización de los procesos productivos, virtualización de la base tecnológica del trabajo, son las principales mutaciones que se manifiestan en este campo.

El trabajo, tal como se le conocía en el mundo capitalista, ha hecho implosión.  El trabajo en el presente se hace más precario, se incrementa el trabajo informal, el trabajo infantil y hasta las variadas formas de esclavitud laboral que se creían superadas. Desaparecen fracciones enteras de las clases trabajadoras, arrasadas por el hundimiento y deterioro de formas y ramas de la actividad productiva, los trabajadores -individual y grupalmente considerados- hoy devienen una mercancía de precio variable, desechable y de facil manejo.  La vieja demanda de 8 horas de trabajo, ha pasado a formar parte del museo de las nostalgias de los trabajadores en casi todo el mundo, en nombre de la ideología neoliberal de la eficiencia, de la productividad, de los criterios de evaluación de desempeño y de la feroz competencia al interior del mercado laboral. 

El proletariado pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra la burguesía comienza con su surgimiento.

Al principio, la lucha es entablada por obreros aislados, después, por los obreros de una misma fábrica, más tarde, por los obreros del mismo oficio de la localidad contra el burgués individual que los explota directamente. No se contentan con dirigir sus ataques contra las relaciones burguesas de producción, y los dirigen contra los mismos instrumentos de producción: destruyen las mercancías extranjeras que les hacen competencia, rompen las máquinas, incendian las fábricas, intentan reconquistar por la fuerza la posición perdida del artesano de la Edad Media.

En esta etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el país y disgregada por la competencia. Si los obreros forman masas compactas, esta acción no est todavía consecuencia de su propia unión, sino de la unión de la burguesía, que para alcanzar sus propios fines políticos debe -y por ahora aún puede- poner en movimiento a todo el proletariado. Durante esta etapa, los proletarios no combaten, por tanto, contra sus propios enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, es decir, contra los restos de la monarquía absoluta, los propietarios territoriales, los burgueses no industriales y los pequeños burgueses. Todo el movimiento histórico se concentra de esta suerte, en manos de la burguesía; cada victoria alcanzada en estas condiciones es una victoria de la burguesía.

Pero la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino que les concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y adquieren mayor conciencia de al misma. Los intereses y las condiciones de existencia de los proletarios se igualan cada vez más a medida que la máquina va borrando las diferencias en el trabajo y reduce el salario, casi en todas partes, aun nivel igualmente bajo. Como resultado de la creciente competencia de los burgueses entre sí y de las crisis comerciales que ella ocasiona, los salarios son cada vez más fluctuantes; el constante y acelerado perfeccionamiento de la máquina coloca al obrero en situación cada vez más precaria; las colisiones entre el obrero individual y el burgués individual adquieren más y más el carácter de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a formar coaliciones contra los burgueses y actúan en común para la defensa de sus salarios. Llegan hasta formar asociaciones permanentes para asegurarse los medios necesarios, en previsión de estos choques eventuales. Aquí y allá la lucha estalla en sublevación.

En el presente y en el futuro, sin embargo, a una desmasificación del trabajo y de los trabajadores como categorías laborales, se acompaña una segmentación mayor del mundo laboral.  

Los trabajadores de hoy se niegan a ser tratados como masas anónimas, en nombre del reconocimiento de las identidades personales, sociales, culturales, religiosas y étnicas.  Probablemente serán los trabajadores del futuro uno de los componentes claves de las multitudes inteligentes que pueden constituir el "sujeto histórico" de los cambios sociales, junto a otras categorías sociales.

Las revoluciones sociales, que tanto pavor provocan en los dueños del poder, se producen en las calles y en las instituciones, solo después que se han revolucionado las mentes y las consciencias.  Y esas transformaciones profundas y prolongadas del orden social ocurren a condición que "los de abajo" tengan plena consciencia y voluntad de que no quieren seguir siendo dominados y gobernados como hasta ahora y deciden tomar los asuntos públicos en sus manos, y que "los de arriba" perciban claramente que no pueden seguir dominando y engañando como hasta ahora.

A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión cada vez más extensa de los obreros. Esta unión es propiciada por el crecimiento de los medios de comunicación creados por la gran industria y que ponen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta ese contacto para que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el mismo carácter, se centralicen en una lucha nacional, en una lucha de clases. Mas toda lucha de clases es una lucha política. Y la unión que los habitantes de las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos, con los ferrocarriles, la llevan a cabo en unos pocos años.

Esta organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político, vuelve sin cesar a ser socavada por la competencia entre los propios obreros. pero resurge, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las disensiones intestinas de los burgueses para obligarles a reconocer por la ley algunos interese de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra.

Los partidos políticos son una herramienta fundamental, aunque no la única, de los que buscan los cambios sociales frente al sistema capitalista de dominación.  Sigue vigente la poderosa fuerza cuestionadora, alternativa y transformadora de los movimientos, de los actores sociales, de la sociedad civil organizada, de las formas primarias de organización que se manifiestan a escala micro-social y que los partidos y las fuerzas políticas del cambio pueden transformar en escala macro-social.   La sociedad civil organizada puede ser escuela de democracia y de solidaridad, de lucha de clases cultural, social y política, puede ejercitar el autogobierno, la autodeterminación, la horizontalidad de la participación, puede apuntar políticamente hacia los procesos y mecanismos de toma de decisión en las estructuras institucionales de poder, superando los procedimientos meramente consultivos.

Los trabajadores o los productores, en la época del capitalismo globalizado, parecen tender a diversificar sus preferencias ideológicas y políticas, en la medida en que el individualismo predominante alcanza a diluir su disposición de resistencia a las condiciones laborales que les son impuestas por el sistema.  Aquí entonces, el individualismo alienante y desocializado que propone el sistema, entra en colisión con la exasperación por la miseria, las bajas remuneraciones, los atropellos cotidianos a la dignidad del trabajador y las condiciones generales del trabajo.

En general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de desarrollo del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente; al principio, contra la aristocracia; después, contra aquellas facciones de la misma burguesía, cuyos intereses entran en contradicción con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de todos los demás países. En todas partes estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a reclamar su ayuda y a arrástrale así al movimiento político. De tal manera, la burguesía proporciona a los proletarios los elementos de su propia educación, es decir, armas contra ella misma.

Además, como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita a las filas del proletariado a capas enteras de la clase dominante, o, al menos, las amenaza en sus condiciones de existencia. También ellas aportan al proletariado numerosos elementos de educación.

Finalmente, en los periodos en que la lucha de clases, se acerca a su desenlace, el proceso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan agudo que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el porvenir. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días un sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado hasta la comprensión teórica del conjunto del movimiento histórico.

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar.

Los estamentos medios -el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino-, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales estamentos medios. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. Más todavía, son reaccionarios, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarios únicamente por cuanto tienen ante sí la perspectiva de su transito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, por cuanto abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.

El lumpenproletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad, puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está más dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras.

El problema del "sujeto histórico", es decir, del o de los sectores sociales que están llamados a producir el cambio social y la transformación del sistema económico y politico de dominación, aparece en cada gran fase de desarrollo de un determinado modo de producción.  

Cuando el capitalismo entra en una nueva fase de su desarrollo desde fines del siglo XX, hoy caracterizada por la estructuración global de los intercambios y los flujos de producción y de inversión, el sujeto histórico está centrado en las clases trabajadoras, pero se extiende también a otras categorías sociales desheredadas, discriminadas y excluídas de los beneficios del crecimiento y el desarrollo: los jóvenes, las mujeres, la tercera edad, los aborígenes y pueblos originarios, las minorías sexuales, los migrantes... 

De este modo, así como el capitalismo industrial del siglo XIX y XX produjo las desigualdades sociales que se manifestaron en la inmensa riqueza de una minoría burguesa y oligárquica transnacional, el capitalismo globalizado del siglo XXI produce nuevas asimetrías sociales, culturales, económicas y territoriales que transforman el sistema-planeta en un gigantesco mecanismo de producción y reproducción de las desigualdades anteriores.

Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen nada en común con las relaciones familiares burguesas; el trabajo industrial moderno, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Norteamérica que en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión son para él meros prejuicios burgueses, detrás de los cuales se ocultan otros tantos intereses de la burguesía.

Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales, sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente.

Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El movimiento proletario es un movimiento propio de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual, no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial.

Las clases y categorías sociales desposeídas de la riqueza que ellos mismos producen en el sistema capitalista actual, se enfrentan a un doble dilema futuro: defender una propiedad capitalista que no les pertenece, o transformar dee arriba abajo toda la sociedad y su mecanismo de dominación, de manera que la más amplia y efectiva propiedad social haga ilusoria la ínfima propiedad individual que todos sueñan.

El cambio social, la transformación revolucionaria de la sociedad capitalista, proviene del derrumbe político e ideológico de la superestructura social y política que le da coherencia.  El sujeto histórico de los cambios sociales en el capitalismo globalizado del siglo XXI tiene entonces que conquistar las mentes, las consciencias, las hábitos y las costumbres de las multitudes, de las mayorías, de manera de reemplazar los anti-valores del lucro, del individualismo acrítico, del beneficio personal a cualquier precio, del éxito individual y el prestigio en función de la posesión de bienes materiales, del consumo por encima de la austeridad y el ahorro, de la competencia desenfrenada de unos contra otros, por los valores de la solidaridad, la libertad, el respeto a la dignidad de la persona humana, de la valoración de la diversidad, de la justicia social.

El individualismo y el peso de la costumbre y las tradiciones son los más poderosos factores de alienación del capitalismo.

Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país deba acabar en primer lugar con su propia burguesía.

Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido el curso de la guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad existente, hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su dominación.

Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Mas para poder oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo, en pleno régimen de servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño burgués llegó a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de ser mantenida por él. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad.

La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la acumulación de la riqueza en manos de particulares, la formación y el acrecentamiento del capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitable.

En las condiciones de la globalización capitalista actual y futura previsible, el trabajo continuará siendo la fuente principal de la riqueza material y de las ganancias económicas del capital.  La afirmación de que la condición de la existencia del capital es el trabajo asalariado, significa hoy claramente que el trabajo produce el capital y la riqueza; pero, también es fuente de miserias y de pobrezas, de desigualdades, de injusticias y de asimetrías. El cambio fundamental que está experimentando el capitalismo y que determinará su evolución a lo largo del siglo XXI es la creciente incorporación y masificación del uso de tecnologías y de información en los procesos económicos y productivos. 

La acumulación de riqueza y de poder material y económico en manos de unos pocos, es una condición sine-qua-non de la existencia y del funcionamiento desenfrenado del capitalismo globalizado del siglo XXI.  Por  lo tanto, el progreso se ha transformado en una competencia despiadada de unos contra otros, de unos países contra otros países, de unas empresas contra otras empresas, trasladando subrepticiamente la lógica de la guerra al funcionamiento económico y social de nuestro mundo.  Es el caótico orden que anunciaba Hobbes: el hombre es el lobo del hombre; no hay peor enemigo del ser humano que otro ser humano.  Sobre la base de esta lógica ilógica la humanidad y cada una de nuestras sociedades solo pueden esperar para su futuro, un caos competitivo en el que solo prevalecerán los más fuertes, los mejor dotados, los que posean los mejores recursos, los que dispongan de mejor información, los que manejen mejor las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) y quienes utilicen las más hábiles astucias para derrotar a los demás.  Triunfarán... pero no serán felices.

El trabajo de los que producen la riqueza (trabajo físico, trabajo intelectual y trabajo virtual) no puede ser solamente una competencia fría de todos contra todos: tiene que ser la expresión más profundamente humana de la creatividad, la imaginación, el esfuerzo, la solidaridad, el conocimiento y la inteligencia.

Pero si se unen los desheredados, podrán construir su felicidad y edificar una sociedad en la que todos tengan una oportunidad, en donde la libertad, la justicia, la democracia y la dignidad sean valores que impregnen todo el orden social.

 

LA PROBLEMATICA DEL SUJETO HISTORICO EN LA PERSPECTIVA DEL SIGLO XXI

PROLOGO 

 

¿Quiénes constituyen -en los inicios del siglo XXI- el sujeto histórico susceptible de desplegar los cambios históricos capaces de transformar el sistema capitalista de dominación actualmente imperante?

Este ensayo tiene por objeto examinar esta problemática desde una óptica política y prospectiva, y como una contribución teórica a un debate intelectual y político de la mayor significación, en el contexto de la reconstitución de una izquierda plural y protagonista de los cambios sociales en el transcurso del siglo XXI.

 

Manuel Luis Rodríguez U.  -  Cientista Político.

Punta Arenas - Magallanes, junio de 2006.

 

LA DEFINICION DEL SUJETO HISTORICO

 

La definición del sujeto histórico constituye una de las tareas intelectuales políticas mayores en la perspectiva del cambio social presente y futuro, en la medida en que permite identificar a aquellos sectores sociales que estarían llamados a impulsar y a protagonizar los cambios.  Esto implica que el sujeto histórico, como lo visualizamos es a la vez un constructor de la historia y un agente de transformación en la historia.

Por lo tanto, el concepto de sujeto histórico hace referencia a una articulación históricamente determinada y constitutiva de sujetos sociales, políticos y culturales específicos que, en función del estado actual y futuro previsible del desarrollo del sistema de dominación imperante, logra poner bajo su articulación y en función del proyecto histórico que da sentido a su propia articulación, tanto a los sujetos con intereses y proyectos contrapuestos, como a las corrientes y tendencias espontáneas que resultan de la compleja combinación de proyectos y visiones de sentidos diversos. El sujeto histórico no es por eso un ente homogéneo, sino que está compuesto por la rica y compleja diversidad que genera la vida social y política, pero que confluyen temporal y parcialmente en un proyecto, en una plataforma, en un punto de acuerdos.

Sus componentes por tanto, están condicionados por la dinámica de la propia realidad de la que forma parte cada actor y el sujeto histórico en su conjunto.

Por eso, teóricamente, la definición del sujeto histórico solo es posible en función del cambio social, es decir, del cambio de las estructuras de dominación.  En el contexto del actual estadio de desarrollo de la sociedad contemporánea, el sujeto historico se define y se moviliza social y políticamente, en función de su postura cultural, política e ideológica contraria al sistema capitalista de dominación y en cuanto actor protagonista del cambio social y portador de un proyecto de transformaciones que apunta hacia una nueva sociedad.

En síntesis, el sujeto histórico es aquel campo de fuerzas y de movimientos organizados que apuntan hacia el cambio social.

Hay por lo tanto, en la definición del sujeto histórico actual, tres dimensiones interrelacionadas entre sí, a saber:

a)  que se sitúa en el campo político-ideológico y social contrario y alternativo al sistema capitalista de dominación;

b) que es portador de un propósito estratégico de cambio social; y

c) que es portador de un proyecto de nueva sociedad.

Lo que caracteriza a los sectores sociales que constituyen hoy el sujeto histórico, es el hecho de que se encuentran en una posición subordinada, alienada y dependiente dentro de la estructura de dominación y dentro del sistema de producción capitalista.  las clases sociales, en las condiciones de la actual etapa de desarrollo capitalista globalizado, se han diversificado y complejizado, pero el vasto campo de los trabajadores (urbanos y rurales, empleados, técnicos,  obreros y profesionales) siguen constituyendo uno de los ejes articuladores del nuevo sujeto histórico.

Las nuevas contradicciones que caracterizan a la actual fase de evolución del capitalismo global, hacen más amplio y diverso el campo de los sectores sociales y culturales golpeados por la dominación capitalista.

Tres serían -desde esta perspectiva- los segmentos sociales y culturales susceptibles de constituirse en el nuevo sujeto histórico. Proponemos definir esos actores como campos socio-culturales y políticos cuya articulación permite constituir al sujeto histórico a través del tiempo:

a)  el campo del trabajo, o de los productores-creadores de la riqueza material y económica;

b)  el campo de la intelectualidad, o de los creadores de la cultura, la ciencia y el arte; y

c)  el campo de las diversidades culturales, étnicas, territoriales y de género.

El campo de los trabajadores incluye la vasta diversidad de sectores socio-económicos caracterizados por el hecho de que son los principales creadores de riqueza y plusvalía para la clase poseedora.  El trabajo ha experimentado y continúa experimentando cambios estructurales de fondo que están modificando sustancialmente las condiciones de la producción material y de información, por lo que toda definición del nuevo sujeto histórico supone repensar el trabajo y sus resultados.

A su vez, el campo de la intelectualidad representa a ese amplio sector social  transversal constituido por quienes crean pensamiento, transmiten conocimientos, producen ideas, desarrollan crítica y crean cultura, en cuanto contra-cultura, pensamiento crítico, ideas anti-sistema y conocimientos que develan los mecanismos de alienación y dominación del sistema.  

Si entendemos la cultura como los procesos de producción y transmisión de sentidos que constituyen el universo simbólico de los individuos, los grupos sociales y la sociedad en su conjunto, entonces las izquierdas y el sujeto histórico que buscamos desarrollar, deben desplegar sus capacidades, creatividad e imaginación para configurar contraculturas y espacios culturales anti-sistema y alternativos al sistema que contribuyan a producir y transmitir sentidos y bienes simbólicos que apunten hacia la realización, desde las relaciones cotidianas y hasta las relaciones sociales, económicas y políticas estructuradas en torno a los valores de la libertad, la diversidad, la pluralidad, la justicia, la igualdad y la dignidad del ser humano.

Finalmente el campo de la diversidad, está constituido por ese vasto universo de organizaciones, redes y culturas urbanas y rurales que se sitúan en las fronteras del sistema de dominación, grupos y tendencias minoritarias excluidas, rechazadas y discriminadas a causa de su origen étnico, religioso, cultural o de sus opciones sexuales y de género.  El surgimiento de aspiraciones y demandas territoriales, provenientes de las especificidades regionales y locales, abre además una nueva arena de confrontación entre los ciudadanos  de regiones y comunas, frente a la centralización política, económica y administrativa del Estado capitalista dominante, generando así un campo de tensiones entre los ciudadanos y el Estado del sistema.

En síntesis el sujeto histórico es un vasto campo transversal de organizaciones, actores políticos y redes de pensamiento-información-acción que se definen por su oposición al sistema capitalista de dominación y por ser portadores de proyectos históricos de transformación de este esquema de dominación.

 

EL NUEVO SUJETO HISTORICO EN ACCION

 

Lo que define al sujeto histórico es su proyecto y su vocación política.  No hay sujeto histórico sino en cuanto sujeto histórico en movimiento.  Las multitudes inteligentes también constituyen un elemento de acumulación de fuerzas en la medida en que ponen en cuestionamiento las formas excluyentes y clasistas de dominación y poseen la virtualidad de alterar visiblemente la normalidad de la dominación.

La construcción del sujeto histórico -tarea de largo plazo que se materializa en la realidad inmediata de la resistencia multiforme al sistema capitalista de dominación- es a la vez un proceso de acumulación de fuerzas y de acumulación de ideas-experiencias.  El sujeto histórico se construye en la gradualidad cotidiana de las luchas sociales y políticas insertas en la realidad regional, nacional, continental y mundial, pero al mismo tiempo, implica una construcción también progresiva de una cultura alternativa, caracterizada por la democracia, la horizontalidad de las alianzas, el pluralismo y el fortalecimiento enriquecedor de las identidades de pertenencia. 

El proceso de construcción del nuevo sujeto histórico para el cambio social, que exige la realidad presente, requiere necesariamente de una lógica de las mayorías, de una estrategia de las multitudes inteligentes y de una táctica de unidad de objetivos y dispersión de recursos y medios, ya que en esa diversidad reside su novedad.  Se trata de un proceso tendiente a producir permanentemente la  inclusión de todos los consecuentes movimientos y colectivos anticapitalistas y anti-imperialistas, en cada momento o fase de desarrollo del movimiento.

También el nuevo sujeto histórico tiene que librarse de lo que en el pasado constituyó en un determinado contexto, el sujeto revolucionario (identificado como pueblo—sujeto, vanguardia—masas) o el vanguardismo—protagonismo natural del proletariado como punta de lanza excluyente del cambio.   En la construcción del nuevo sujeto histórico, la radicalidad no excluye la diversidad sino que la enriquece, la unidad no excluye el pluralismo, sino que la fortalece, por lo que las vanguardias y los liderazgos existen y se despliegan como resultado de la legitimación política y moral de las multitudes, las bases organizadas y los colectivos.

Lo que pone en movimiento al sujeto histórico es la organización y la generación de redes de vinculación que sumen cuantitativamente las demandas y aspiraciones grupales y sectoriales, dentro de un movimiento cualitativamente superior de demandas que apuntan a las estructuras del sistema de dominación.   En el reconocimiento de la diversidad, de la alteridad de cada sector con respecto a los demás, de la integración de las diversas visiones y reclamos sectoriales, hacia una plataforma común está el punto de partida y la trayectoria del movimiento hacia la liberación.

Pero la red en movimiento no es una sola manifestación, una sola multitud inteligente, una sola plataforma, sino que la dinámica del movimiento reside en la construcción sucesiva de distintas y cada vez más amplias plataformas -de contenido cada vez más estructural- susceptibles de apuntar a las bases económicas y políticas de sustentación del sistema capitalista, mientras se constituye además, un campo cultural e ideológico donde la cultura individualista, materialista, alienante y banalizada del sistema, es cuestionada por una mentalidad crítica con un profundo contenido humanista, ético y liberador.

La naturaleza liberadora del movimiento conducente hacia una nueva sociedad, pasa necesariamente por el despliegue de una profunda crítica intelectual, política, ideológica y cultural de las condiciones de dominación predominantes.  El papel político de la crítica reside en su capacidad  para develar la relación existente entre los problemas, realidades y demandas cotidianas y sectoriales en que se debate el sujeto histórico, con las condiciones estructurales de funcionamiento del conjunto del sistema de dominación.  Se trata de pasar ideológica y políticamente, desde la cotidianeidad a la institucionalidad, desde las condiciones de la realidad inmediata a las estructuras de dominación-alienación que posibilitan y justifican tal realidad.

La experiencia del movimiento liderado por el sujeto histórico y sus actores socio-políticos y culturales constitutivos, se manifiesta en la diversidad compleja de luchas contra el sistema capitalista y su forma imperial de dominación, se construye desde la base social, desde las organizaciones y sus problemáticas particulares, se teje en una red de intercambios experienciales, de aprendizajes sociales y de formación de liderazgos que se legitiman por su consecuencia y su alcance político, social y cultural. 

 

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

 

Cuaderno de Estudio Nº 2. UN NUEVO SUJETO HISTORICO.  Comisión Nacional de Educación.  Partido Comunista de Chile. 

Gauchet, M.: LA DEMOCRATIE CONTRE ELLE-MEME.  Paris, 2002. 

Gauchet. M.: LA CONDITION HISTORIQUE.  Paris, 2003.  Ed. Stock.

Ichida, Y., Lazzarato, M., Matheron, F., Moulier Boutang, Y.: LA POLITIQUE DES MULTITUDES.  Paris, 2002.  Rev. Multitudes. (Sitio web http://multitudes.samizdat.net)

Malime: ACERCA DEL SUJETO HISTORICO.   (Portal web www.rebelion.org)  La Izquierda a debate.

Muchielli, P.: BOURDEAU ET LE CHANGEMENT SOCIAL.  Paris, 2001.  La pensée politique et sociale de Pierre Bourdieu.

Perez Lara, A.: EL NUEVO SUJETO HISTORICO FRENTE A LOS DESAFIOS DE LA EMANCIPACION EN AMERICA LATINA.   La Habana, 2006.  Instituto de Filosofía.  (Portal web www.filosofia.cu)

Vasquez Montalban, M.: MARTA HARNECKER Y LA IZQUIERDA.  2006. (Portal web: www.rebelion.org)

NUEVE TESIS SOBRE LA IDENTIDAD DE IZQUIERDA, EN EL HORIZONTE DEL SIGLO XXI

PROLOGO

 


"Es mas probable que un intelectual de izquierda se pregunte sobre la condición de izquierda y su identidad ideológica y política, a que un pensador conservador deje de razonar en términos de rentabilidad y de ganancia." 

 

¿Qué es ser de izquierda en los inicios del siglo XXI?  ¿Cuáles podrían ser los fundamentos de una nueva definición de la condición de izquierda en el futuro?  ¿Cuál es el sentido profundo que identifica actualmente y que podría identificar en el futuro al ser de izquierda? 

Este ensayo -desarrollado a través de un enfoque multidisciplinario y prospectivo- propone a la reflexión intelectual un conjunto de elementos teóricos y conceptuales para contribuir a identificar los rasgos distintivos de la condición de izquierda en los inicios del siglo XXI. 

Manuel Luis Rodríguez U.   Cientista Político.

Punta Arenas - Magallanes, junio de 2006.

 

INTRODUCCION

 

Una sola frase y todas las intocables adquisiciones de la civilización occidental fueron puestas en cuestionamiento: "Proletarios del mundo entero, uníos".   Así se termina el Manifiesto Comunista de 1848 y así se comienza la era de las grandes transformaciones sociales y políticas, resultado de la primera Revolución Industrial, una época que parece haber concluido su prolongado ciclo en 1989 y 1990, con el derrumbe de los sistemas socialistas reales, de la Unión Soviética principalmente.


Pero...mirado el mundo con mayor detenimiento, mirado el planeta en los inicios del siglo XXI, no puede menos de sobrecogernos el espectáculo gigantesco de que las mismas miserias, injusticias, desigualdades y anomalías, que ocasionaron desde 1848 en adelante, la explosión de la conciencia obrera contra el capitalismo, esas mismas miserias y desigualdades estructurales se nos aparecen reproducidas, profundizadas y aumentadas a escala mundial con el peso agravante de un hecho insoslayable: parecemos no disponer de un modelo de sociedad que oponer a este capitalismo globalizado, desigualador y con aspecto triunfante, que hoy pretende sustentarse y justificarse en un pensamiento único, y que se presenta a sí mismo como el "modelo a seguir".

Frente a este espectáculo y a esta realidad entonces, tiene un profundo sentido ético e intelectual preguntarse ¿qué es ser de izquierda en los inicios del siglo XXI?.

La pregunta no tiene porqué parecer anacrónica, si convenimos que las mismas causas estructurales que hace más de un siglo ocasionaban en todo el mundo un malestar social creciente, creciendo hasta convertirse en descontento, descontento que se transformaba en rechazo, en protesta, en revuelta y hasta en revoluciones, hoy continúan surgiendo en muchos lugares del planeta, y los mismos descontentos y dsigualdades conducen por el camino de las mismas protestas.

Para responder a la pregunta que nos convoca, tenemos varios momentos históricos a los cuales apelar para una mejor comprensión.   Se puede fijar el punto de partida en el mismo 1848 y tratar de analizar cómo el siglo XIX estuvo plagado de revoluciones nacionalistas que tenían un trasfondo social y político anti-capitalista innegable.   La actualidad del diagnóstico realizado en el Manifiesto Comunista no debería sorprender a nadie.

O podría uno fijarse como hito desencadenante los sucesos de Chicago en 1868 que dieron comienzo a la demanda por la jornada de trabajo de 8 horas en todos los continentes y para todas las clases obreras conscientes de aquella época, y esa exigencia cada vez más masiva resultaba de una toma de conciencia que se traducía en organización de lucha social -sociedades obreras de resistencia, sociedades mutuales, gremios y sindicatos- para después darle contenido a expresiones políticas orgánicas -los partidos socialistas, las corrientes socialdemócratas, los partidos comunistas y los movimidentos anarquistas-  y del sindicato y el partido a la calle, a la barricada, a la revuelta y a la revolución.

La condición de izquierda -en particular como condición política e intelectual- entonces, arranca sus raíces desde el fondo social profundo de la historia del capitalismo y de una toma de conciencia de la sociedad presente de la que se nutren las Ciencias Sociales modernas, en especial la Sociología, la Historia, la Economía y la Ciencia Política.    ¿Porque esta eterna pregunta sobre la identidad de izquierda?

¿Porque nos desangramos casi hasta la inanición, por encontrar el sentido de nuestras ideas y de nuestro posicionamiento en la realidad social y política?

Probablemente una respuesta a estas interrogantes se encuentra en el hecho de que no es fácil ser de izquierda, porque es más probable que se encuentre usted en la oposición casi toda su vida y no es cómodo oponerse siempre a todo, y por eso surge la necesidad de pensar y la posibilidad de repensar la identidad de la izquierda desde una óptica propositiva.

Este ensayo tiene por objeto reflexionar acerca de la identidad de izquierda, en las condiciones históricas propias del inicio del siglo XXI y en términos que permitan comprender tanto las dimensiones de la crisis teórica vivida desde fines del siglo XX como de las perspectivas, dilemas y horizontes que se le presentan para el futuro.


LOS ORIGENES Y FUNDAMENTOS HISTORICOS DE LA IZQUIERDA


Podría parecer ocioso tener que ir a buscar los fundamentos intelectuales de la izquierda en épocas remotas, pero  aparte de aquellas corrientes que han querido llegar hasta las épocas bíblicas en busca de sus raíces, parece existir un consenso general en cuanto a que las bases conceptuales del pensamiento de izquierda, a lo menos en la tradición de Occidente se encuentran en los pensadores utópicos de los siglos XVII y XVIII y en determinados pensadores políticos del período de la Revolución Francesa, ideas que a su vez, vinieron a ser sistematizadas por algunos pensadores del siglo XIX.

Las diversas escuelas utópicas inauguradas en el siglo XVI por Tomás Moro, fueron prolongadas a través de distintas trayectorias intelectuales por los utopistas de los siglos XVII y XVIII, dando forma a una corriente de pensamiento que buscó al mismo tiempo señalar los vicios de la época feudal y del naciente capitalismo y diseñar un estado ideal de la sociedad, siempre de algún modo relacionado con las carencias antes descritas.   Del utopismo de la época renacentista y moderna, a los fundamentos del socialismo científico y hasta las formas y realizaciones de los socialismos históricos del siglo XX, la historia del pensamiento de izquierda constituye uno de las vertientes fundacionales de la modernidad.

No obstante la crítica que los autores del socialismo científico, en especial Marx y Engels hicieron de los utopismos anteriores, no cabe duda que se alimentaron de su poderoso contenido crítico.


 TESIS SOBRE LA IDENTIDAD DE IZQUIERDA


En el marco de la tradición histórica e intelectual de Occidente pero no solamente en ella, las izquierdas constituyen a la vez un universo teórico-intelectual y socio-político que asienta sus raíces en las condiciones de vida y de trabajo generadas por la implantación, consolidación e institucionalización del sistema capitalista de producción y dominación en la sociedad hy su expansión a escala mundial durante los siglos XIX y XX.

El rasgo principal de la actual izquierda en el mundo, es su crisis.  A partir de la evidencia de sus crisis de saber, de programación y organización, la gran tarea histórica de las izquierdas debería pasar por reaprehender el mundo y recuperar un discurso transformador posible en directa conexión con los movimientos populares nacidos extramuros de la izquierda convencional y de la crisis generalizada, a manera de respuesta de una izquierda necesaria convocada por los quiebres de la realidad social y política de fines del siglo XX.

La crisis política e intelectual de la izquierda se corresponde con el fin de la sociedad basada en la industria y la tecnología del siglo XIX y el paso gradual hacia una sociedad de la información y del conocimiento en que el componente de trabajo intelectual pasa progresivamente a predominar sobre el componente de trabajo físico.

 

TESIS I: UN ORIGEN HISTORICO E INTELECTUAL ANTICAPITALISTA.


La definición ideológica y teórica básica de la condición de izquierda, y que proviene de sus raíces históricas en el siglo XVIII y XIX, consiste en un claro posicionamiento crítico político y teórico frente al sistema capitalista de dominación, de manera que ser de izquierda y definirse como de izquierda en el presente significa adoptar una postura esencial y radicalmente crítica frente al conjunto del sistema de dominación socio-político y económico capitalista, sus modalidades históricas de aplicación y sus consecuencias, postura cuya gradación de intensidad crítica y de transformación estructural pueden ir en un continuum desde la tesis de la introducción de reformas parciales y graduales al sistema hasta la tesis de la ruptura más o menos violenta de éste.   Por lo tanto, la esencia de la identidad de la izquierda como universo político y teórico reside en su crítica y su radicalidad frente al sistema capitalista.    Ser de izquierda significa oponerse al capitalismo, como forma de organización económica, como modo de dominación política y como mentalidad ideológica y cultural.


El pensamiento de izquierda continúa constituyendo en el presente, al igual que desde principios del siglo XIX, el aporte intelectual y teórico crítico más coherente frente al sistema de dominación capitalista y burgués.


TESIS II: LA IZQUIERDA FORMA PARTE DE UNA REALIDAD POLITICA INOBJETABLE E INELUDIBLE.


La definición de izquierda en el campo político, así como las definiciones de centro y de derecha existen en la realidad socio-cultural, ideológica, intelectual y política de la sociedad moderna desde la experiencia de la Revolución Francesa y no desaparecen por alguna decisión voluntarista y constituyen formas de representación política asentadas profundamente en los sistemas políticos modernos.  


Así como –desde el siglo XIX hasta el presente- las más diversas dictaduras políticas, militares e intelectuales reaccionarias y de derecha han tratado de eliminar a la izquierda del escenario político, así mismo su permanente resurgimiento y reaparición bajo nuevas formas y estilos de acción, reflejan que ellas se encuentran radicadas y profundamente ancladas en el imaginario colectivo de los pueblos y de las naciones.


TESIS III: EL DIFICIL PASO DE LA TEORIA CRITICA A LA PRAXIS POLITICA.


La definición teórica de la izquierda no es unívoca con la definición política que se supone deriva de aquella, en términos tales que la radicalidad teórica de los postulados de la izquierda no resulta necesariamente en  la radicalidad política de quienes actúan en la práctica social y política.   Esta dificultad se manifiesta en diversas cuestiones tales como el de las vías de la acción para conquistar el poder, el de la forma de conducir el Estado o de la estrategia de alianzas en el curso del proceso hacia los cambios.


TESIS IV:  LA IZQUIERDA CONSTITUYE UN IDEARIO CON SU PROPIA RACIONALIDAD Y VALORES.


La identificación teórica y política de izquierda es básica, primaria y esencialmente en relación con el sistema capitalista de dominación y no con las demás corrientes de pensamiento del espectro político de la sociedad.  Esto significa que ser de izquierda no constituye solamente una definición política, intelectual y teórica en relación con las demás corrientes del espectro político, sino que contiene una racionalidad que hace referencia a las condiciones estructurales y coyunturales de un sistema  capitalistade dominación respecto del cual se define como contrario.


La izquierda se ha definido históricamente como la corriente política, cultural, social e intelectual portadora de los valores de la libertad, de la justicia, de la igualdad y la solidaridad, del cambio social, del racionalismo y la primacía de la inteligencia sobre la fuerza, de la creencia optimista en la perfectibilidad del ser humano y de la sociedad, del perfeccionamiento contínuo de la experiencia democrática, del antiracismo y el antibelicismo y la construcción de una paz justa entre los pueblos y naciones, de las profundas aspiraciones de cambio de las mayorías ciudadanas, del rechazo al clericalismo y al verticalismo autoritario.


TESIS V: LA IZQUIERDA ES UNA POSTURA POLITICA, QUE REPRESENTA ADEMÁS UNA CULTURA Y UNA ETICA


La identidad política y teórica de izquierda no constituye solamente una postura ideológica y política que se materializa en el plano de las estructuras socio-políticas y de los sujetos sociales históricos sino que representa además y sobre todo, una determinada cultura política representativa de determinados segmentos sociales y que además, es característicamente moderna.  

Existe una cultura de izquierda en nuestras sociedades actuales, una pertenencia e identidad de izquierda subyacente dentro de la cultura política, que forma parte de las tradiciones de luchas sociales, proletarias y obreras, que recoge en su diversidad la historia de formación y desarrollo de los movimientos urbanos de trabajadores, artesanos y profesionales durante los siglos XIX y XX, así como de los movimientos y demandas de campesinos e indígenas y otras minorías excluidas del sistema.

Los enemigos de la izquierda quieren ver su inexistencia, quieren anunciar su desaparición, quieren explotar sus derrotas para proclamar su obsolescencia definitiva y final.   La izquierda, en la rica diversidad de sus proyectos, corrientes y movimientos sigue existiendo en el siglo XXI como expresión de una protesta ética, intelectual, social y política contra un sistema económico-político y una dominación imperial que pretenden condenar a la Humanidad a un solo supuesto destino inevitable: la perpetuación de la dominación capitalista, la hegemonía del lucro sobre el ser humano y su felicidad.

Desde esta perspectiva, la identidad de izquierda no solo constituye un componente esencial de la cultura nacional y de la identidad patriótica de los pueblos y las naciones, sino también contiene una visión del mundo y de la Humanidad y, sobre todo, es portadora de una ética: el ser de izquierda implica una moral cívica en que el valor de la consecuencia, del esfuerzo solidario y consciente por la libertad y bienestar de los más desposeídos, se acompaña con el apego irrestricto a la libertad y la justicia, a la búsqueda honrada de la igualdad, de la dignidad y la profunda aspiración a la primacía del ser humano sobre toda otra consideración.


TESIS VI: NO HAY UNA IZQUIERDA, SIEMPRE HAN HABIDO VARIAS IZQUIERDAS.


Desde la perspectiva de sus formas de expresión y representación no hay una izquierda, nunca ha habido una sola izquierda, sino que en la realidad histórica mundial siempre han coexistido varias corrientes de izquierda con mayores o menores niveles de convergencia o de divergencia.  Por lo tanto, la diversidad es el rasgo distintivo de las izquierdas como universo político y como expresión de una pluralidad social y cultural.   Así, el problema de la unidad de las izquierdas está relacionado no con la coherencia de los programas y posturas de cada sector, sino con la necesidad histórica de integrar, reunir y coordinar fuerzas para combatir al capitalismo, o para producir socialmente una mayoría política que sustente el poder susceptible de producir los cambios, o para sustentarse en el poder socialista.

La diversidad enriquece la unidad, la representatividad y la democracia interna del movimiento.  El proceso hacia la coNstitución de nuevos sujetos históricos de cambio social se manifiesta, entre otros elementos, en el surgimiento de las siguientes tendencias.

a)  la constitución de identidades políticas no partidistas desarrolladas en torno a una condición de género (las mujeres), a un rol privado, grupalm o sectorial (los ancianos, los jóvenes, los homosexuales), o a valores universales que apelan al sujeto como miembro del género humano (pacifistas, defensores de la naturaleza o los derechos humanos).

b)  la formación de nuevas organizaciones, definidas más por el movimiento que por la estructura, que adoptan la forma de redes y que no se enmarcan en el sistema de partidos políticos ni en estructuras orgánicas y permanentes, sino que mantienen altos grados de flexibilidad y de autonomía.

c)  el surgimiento de nuevas pautas de acción política, socio-política y socio-cultural, más cercanas a las formas directas y horizontales de democracia, que se orientan hacia la participación social y ciudadana y hacia la configuración de multitudes inteligentes, para la definición y demanda de prioridades o sectoriales sin pasar por la mediación de los partidos políticos ni por el proceso electoral.

d)  el despliegue de nuevas estrategias de acción política, por fuera de los canales institucionales electorales y representativos, esto es, acciones no convencionales que van desde las formas directas como la protesta ciudadana, las manifestaciones, las multitudes inteligentes, las marchas y los paros cívicos, hasta las acciones concertadas y pactadas entre agrupaciones sociales, o bien de estas con los entes gubernamentales.  Estos actores o  movimientos sociales no tienen en general una propuesta sustantiva de nuevo régimen político, sino más bien un interés por influir sobre las decisiones de las élites políticas y el Estado, en aquellos aspectos que son de interés para esos movimientos.

e)  se redefinen también los ámbitos territoriales de práctica política y de ejercicio de poder mediante el establecimiento de formas de gobierno y gestión autónomas que coinciden con localidades, regiones o etnicidades caracterizadas por una fuerte identidad cultural o social, lo que en la práctica socavan, de alguna manera, los Estados centrales y los ámbitos nacionales.

Los nuevos movimientos sociales, cívicos, ciudadanos, de género, étnicos, locales, regionales, ponen en jaque la centralidad política e institucional del Estado, el sistema de partidos, los mecanismos institucionales de la representación y los canales formales de la participación, politizando al mismo tiempo a la sociedad civil. Los centros se multiplican, los actores y sus prácticas se pluralizan y las maneras de hacer política se reinventan; es decir, se instaura un nuevo patrón de politización, que se manifiesta en nuevas concepciones sobre la democracia. Se insiste en las autonomías, en las redes, en los autogobiernos, en la participación ciudadana en todos los ámbitos de la vida social, en la descentralización del poder y en el fortalecimiento de las democracias locales y regionales.

 

TESIS VII: DEL DIAGNOSTICO AL PROYECTO


La naturaleza propositiva del discurso y de la postura política de las izquierdas, constituye una vertiente complementaria y fundamental de la identidad de izquierda. No basta con el diagnóstico crítico del capitalismo dominante y de la globalización en curso: la mentalidad y la cultura de izquierda requiere siempre de un componente propositivo.  Después de un diagnóstico crítico anti-capitalista y anti-imperio, la izquierda debe ser portadora de un modelo de cambio, de una idea de nueva sociedad y de un proyecto alternativo de nación, de Estado y de democracia.

La hegemonía capitalista se organiza en un sistema de dominación y de poder que articula a un sistema económico basado en el lucro, el predominio del capital sobre el trabajo, la explotación multiforme del trabajo, la inteligencia, el conocimiento y la creación, el predominio de las grandes corporaciones globales sobre las economías nacionales y regionales, sobre la desigualdad básica territorial, estructura económica que se enlaza con una estructura de poder político -el Estado burgués y sus diversas formas de régimen político- y con una superestructura ideológica y cultural que opera como paradigmas articuladores de la dominación en el plano de las conciencias.

Por lo tanto, la crítica anticapitalista de la izquierda moderna en el siglo XXI es una crítica integral al sistema de dominación y contiene un proyecto de transformación de esta forma de sujeción de los seres humanos, de la naturaleza y del conocimiento y la cultura, por una nueva sociedad más humana, más justa, más libre, más igualitaria y más participativa.

La radicalidad de la crítica anti-capitalista de la izquierda reside tanto en su capacidad para construir un diagnóstico crítico de las condiciones objetivas y subjetivas en las que se manifiesta históricamente el modo de producción y de dominación capitalista, a partir del protagonismo y la toma de conciencia de las clases y segmentos sociales y culturales subordinadas, explotadas y excluídas, sino sobre todo en su virtualidad y capacidad orgánica y diversa, para proponer un determinado modelo de tránsito y un horizonte sistémico de cambio, alternativo al sistema de dominación existente.

 

TESIS VIII: EL SUJETO HISTORICO DEL CAMBIO SOCIAL SON TODOS LOS EXCLUIDOS Y EXPLOTADOS DEL SISTEMA

 

Una de las cuestiones teóricas cruciales para la izquierda del futuro es la de delimitar el sujeto histórico de cambio que exigiría subjetiva u objetivamente la transformación de la sociedad, habida cuenta de la pluralidad potencial de ese sujeto evolucionado desde aquella histórica clase obrera convertida por la revolución industrial en protagonista ascendente de la Historia.   Es evidente en la historia que los potenciales sujetos históricos de cambio dificilmente adquieren conciencia de su rol histórico, lo que explica que el proletariado está pasando a la Historia como pasado sin haber adquirido conciencia de clase en sí y para sí. Más difícil es definir al disperso sujeto histórico crítico formado frente a la globalización y que más que moverse en pos de la utopía, parece hacerlo a partir de un inventario de necesidades y aspiraciones. 

Por otra parte, uno de los campos en los que los cambios suscitados por el capitalismo global actualmente imperante es el del trabajo.  Desde la segunda mitad del siglo XX, tienden a desaparecer las condiciones laborales que facilitaban la toma de conciencia y permitían la solidaridad y la lucha de clases. La atomización, la alienación y el individualismo de los modernos explotados requiere de una praxis cultural, intelectual e ideológica mucho más extensa, radical y profunda.     Hay que partir desde esta nueva realidad compleja, abordar la problemática del protagonismo social, cultural y político no solo desde los conceptos clásicos, donde se resaltaba la explotación salarial de los trabajadores como el gran trasfondo de la denuncia ideológica. En la sociedad de consumo actualmente dominante se manifiestan diferentes formas de alienación social, cultural, económica, moral y política de los explotados y excluídos, todos efectos degradantes que los colectivos deberán combatir y transformar.

Las transformaciones sociales y políticas que conducirán a una nueva sociedad, son el resultado del despliegue multiforme de diversos actores sociales, culturales y políticos que constituyen un sujeto histórico de los cambios, a través de su movilización consciente y multitudinaria, de la construcción desde la sociedad civil de una organización social diversa y plural que vehiculiza y lidera desde una lógica democrática y horizontal el proceso de cambios.

El sujeto histórico de los cambios sociales no es una clase social en particular, ni un segmento social, cultural o político determinado y limitado, sino que se constituye como un vasto y multiforme movimiento de carácter socio-cultural y político en el que caben todos los excluídos, discriminados y explotados por el sistema de dominación imperante, y que es portador en cada momento del proceso histórico de sucesivos proyectos de cambios estructurales de un profundo contenido democrático y democratizador, que lleva a las instituciones democráticas a su tensión más amplia y plural y que constituye formas de poder, de decisión, de gestión y de participación amplias y horizontales.

El nuevo sujeto histórico es una articulación móvil y dinámica de actores sociales populares que desde las injusticias y las estructuras injustas a las que logra identificar en sus propias condiciones de producción y consigue asociar constructivamente con las demás inequidades, asimetrías e injusticias específicas del orden político, de la cultura, de las condiciones de vida y del desarrollo, ganan en identidad histórica al asumir que no son éstas injusticias específicas las que pueden resolverse en sí mismas mientras nos se transforme el conjunto del sistema de dominación en la que tienen lugar.

La construcción del sujeto histórico, portador del cambio en el siglo XXI, está estrechamente vinculada con la formación y el despliegue del tejido social, que es todo el trabajo social, político, intelectual y cultural que facilita el desarrollo y potenciamiento de espacios autónomos, libres y democráticos de encuentro que devengan en espacios de organización. El tejido social no pude desplazar, ni reemplazar por decreto la antigua existencia político—popular (sindicatos tradicionales, partidos, movimientos políticos y político-sociales, profesionales, gremiales etc.). Los actores del tejido social gestan sus propias formas de organización y expresión social y política (en un nuevo sentido que no excluya al antiguo). El encuentro de estas formas con las organizaciones políticas populares tradicionales debe ser de encuentro constructivo, de conocimiento y aprendizaje mutuo. Son sus propios actores los que deben configurar los caracteres específicos de este tejido. La articulación de las diversas expresiones del tejido social con los movimientos políticos debe permitirles evitar o resistir la represión y el aislamiento, conseguir al mismo tiempo, reconocimiento, legitimidad e identidad. El tejido social constituye la trama de la fuerza ejecutora del movimiento popular, su historización real. Es, por consiguiente, el referente central de toda práctica alternativa y liberadora.

 

TESIS IX:  LA IZQUIERDA HA DE SER PROFUNDA Y RADICALMENTE DEMOCRATICA O NO SERÁ

 

Si hay un punto de equilibrio que es vital para la existencia del sistema de dominación actual en el mundo, es la cuestión democrática.  ¿Hasta qué límites el sistema actual de dominación puede ser democrático sin que el propio sistema no vea amenazadas sus bases fundamentales de sustentación?

Las izquierdas tienen que ser capaces de llevar la democracia hasta sus límites más amplios y profundos. En su esencia la demanda ciudadana que las izquierdas deben ser capaces de vehiculizar y de liderar, es la aspiración de introducir toda la democracia posible y necesaria para que el conjunto del sistema de dominación pueda encontrarse de frente con sus propias definiciones teóricas nunca realizadas. Todo en el actual sistema de dominación es a democratizar: el orden político, el espacio público, el sistema de partidos políticos, el poder ejecutivo, el poder legislativo, el poder judicial, la estrcutura económica, todo debe ser impregnado por una corriente profunda de democratización que transforme al conjunto del orden político representativo en un orden político participativo.  

Se trata de pasar de una democracia gobernada a una democracia gobernante.  La radicalidad del proyecto democrático de la izquierda consiste no solo en su decisión y voluntad de practicar la democracia en el movimiento que la constituye, generando una amplia y profunda cultura democrática, sino en su capacidad para liderar una transformación democrática de las instituciones representativas del Estado moderno, proyecto que supone introducir en la lógica de las instituciones y de los regímenes políticos mecanismos cada vez más amplios, universales y significativos de participación de los ciudadanos en los procesos de toma de decisión que les conciernen.  

El carácter participativo que propone la izquierda para la democracia parte del principio de que la ciudadanía es la depositaria primordial de la soberanía y del poder constituyente y que, en virtud de este concepto fundacional de las democracias modernas, son los ciudadanos en quienes deben residir cada vez más las decisiones de los asuntos públicos, de manera que los mecanismos participativos abarquen todos los aspectos fundamentales de la vida polígtica, social y económica de la nación. 

 

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

 

Caute, D.: THE LEFT IN EUROPE.  London, 1977. World University Library.

Cole, G.D.H.: A HISTORY OF SOCIALIST THOUGHT. 1789-1939.  (5 vols).  London, 1953.

Hobsbawm, E.: LA ERA DEL CAPITAL, 1848-1875.  Barcelona, 1998.  Grijalbo-Mondadori.